1. Antes de Peter Pan

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Pequeñas gotas caían por los cristales del coche creando sus propios caminos. Luego, se perdían de mi vista. Era cosa de unos minutos que la tormenta cayese, o la furia del cielo, como solía llamarlo. 

Sin embargo, en ese momento me tranquilizaba; después de una semana realmente ajetreada, ya que, el estrés de mudarse no podía ser mayor. Aunque es peor cuando te mudas a la Universidad. 

Secretamente, siempre había preferido el asiento del copiloto. Tenía una mejor vista de la carretera y podía controlar la radio o la calefacción. Además, podía hablar con mi padre durante todo el camino. Y cuando digo todo, me refiero a TODO. Cinco horas y aún no paraba de lloriquear cosas sin sentido como: Por fin, mi hija se ha hecho mayor, ¿quién lo diría? Conduciendo para dejarla en la Universidad. ¡Já! Y después de cinco horas aún no lograba entender si lo decía con alegría o tristeza. Pero bueno, así era mi padre. 

John y Michael, en cambio, eran diferentes a cualquier otra cosa que haya visto en mi vida. De dieciocho y quince años respectivamente, mis dos hermanos menores estaban tan locos como una cabra. Aunque había que darles créditos extra, eran adolescentes con las hormonas revolucionadas. Igualmente, los amaba por eso. 

Últimamente, con todos los cambios de frente, me habían dado pie para pensar mucho las cosas. Todo había cambiado drásticamente. Mis hermanos ya no eran unos niños, yo ya no era una niña, mis padres se estaban haciendo mayores y hasta Nanny, nuestra querida perra, había dejado de perseguirnos mientras jugábamos por los pasillos de la casa. Se estaba haciendo vieja, sin duda. 

Y ahora, el cambio más grande que tenía que afrontar era mi traslado a la Universidad. Un paso grande que ya me tocaba afrontarlo sola. Ojalá mamá estuviera aquí, pero estaba tan sensible y llorosa que prefirió quedarse en casa mientras los hombres de mi familia me llevaban, para deshacerse de mí, sin duda.  

Una gran carcajada salió volando desde la parte de atrás del coche. Mis hermanos, sin duda, estaban disfrutando al máximo esto de estar encerrados mucho tiempo en un coche para tirar a su hermana mayor a la calle. No habían parado de hablar en las cinco horas y tenía la sensación de que si preguntaba cuál era el tema principal, la que iba a quedar mal parada era yo. Me dediqué a observarlos en silencio, con nostalgia en mi rostro, mi alma y mi corazón. 

Michael era un chico con la cara redonda como la de un bebé y piel blanca como la de toda la familia. Pelo corto y tirando más a rubio que a castaño. Ojos almendrados y de color azul cielo. Su nariz era redonda, pero tenía los labios finos. Lastimosamente, no había crecido demasiado. Sin embargo, hacía pesas constantemente y eso se notaba a simple vista.

John, en cambio tenía la cara alargada. Su cabello era corto y de color entre castaño y rojizo. Con ojos redondos y oscuros como el chocolate negro. Nariz pequeña y labios finos. Varias pecas adornaban sus mejillas gracias al sol. Se le notaban poco, ya que siempre traía puestas unas gafas de marco grande, al igual que una gorra vieja y negra que jamás se quitaba de la cabeza. Era flacucho y de estatura media.

Se podría decir que Michael, a pesar de su edad, ganaba más entre las chicas que el mismo John, lo cual le molestaba terriblemente. Sin embargo, no podía decir nada, ya que aún sentía aquella necesidad de proteger a su hermano menor y no armaría una montaña con un grano de arena. 

- Wendy.- me llamó mi padre sacándome de la nube en la que estaba subida. Mi giré hacia él con rapidez y los ojos muy abiertos. Me regaló una sonrisa paternal medio burlona, aquella en la que mi padre era experto.- ¿Estás segura de que estás bien? 

- Claro papá.- contesté sentando bien en el asiento.- ¿Por qué no iba a estarlo?

- Sé que estás nerviosa, en especial por los chicos universitarios pero...

Peter PanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora