Las piernas no daban más de sí, Debian llevaba más de media hora en sprint tratando de llegar a las vías del tren antes de que le alcanzaran los bólidos de los bandidos del agua. Maldijo con el poco aliento que le quedaba la maravillosa idea que tuvo de viajar a pie hasta Olimpia.
Detuvo su huida desenfundando la escopeta de enganches magnéticos y dió media vuelta para apuntar al coche que se acercaba a toda velocidad. Disparó enseguida, sin darse tiempo a centrar el cañón, pero la suerte estuvo de su parte y la bala se enganchó en los hierros del coche. Al activarse el impulso electromagnético de la munición de Debian, los hierros del vehículo se retorcieron sobre sí mismos provocando que el morro del coche se hundiera en la arena, dando vueltas de campana y expulsando a los dos pasajeros del coche.
Debian respiraba fuertemente, recuperando el aire que le faltaba del oxígeno que las plantas de vitalidad, construcciones terraformadas llenas de vegetación diseñadas para que Marte tuviera suministro de aire, le ofrecían.
Recargó su escopeta mientras los otros dos coches bordeaban a su compañero caído, y cercaban a Debian. El pistolero vió como los bandidos le apuntaban con rifles rudimentarios, estaban listos para matarle. Había salido de situaciones peores, la sangre fría que necesitaba le acompañó en esos momentos. Alzó el cañón de la escopeta, listo para disparar de nuevo a uno de los coches, sabiendo que recibiría un disparo del otro bólido, pero era un riesgo que tenía que correr.
Disparó la escopeta y escuchó un fuerte estruendo cuando la dirección del coche quedó bloqueada por el imán electromagnético de la munición de su escopeta, y lanzó de nuevo el coche por los aires. Seguidamente dió media vuelta, para hacer frente al otro coche, y sus ojos se abrieron como platos al ver un inminente choque entre el bólido y un camión cisterna que se había acercado a toda velocidad. El camión arrastró el coche varios metros, y los pilotos acabaron contusionados y aplastados por los hierros doblados de su coche.
En el momento en el que el camión se detuvo, la puerta de pasajeros se abrió, una pierna femenina con, una bota enorme la había abierto de una patada.
- ¡¿Quieres vivir?! - le gritó la chica que conducía el camión.
- ¡Pues claro!
- Entonces sube
No le hizo falta una segunda invitación antes de subirse al camión, que justo al despegarse sus pies del suelo, ya estaba arrancando. La buena fortuna había salvado a Debian de la muerte... una vez más...