EL ASESINO

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     Siete de la mañana. La alarma comienza a sonar con el mismo ruido molesto de siempre. Damian poco consciente, despierta, golpeando aquel despertador para silenciarlo.

         La misma rutina de siempre, levantarse, lavarse los dientes, bañarse, alistarse, despedirse de su esposa e hijos con un beso, un abrazo, recordarles que los ama y por ultimo irse al trabajo, ese maldito trabajo monótono que odiaba con toda su alma. Todo esto por obra de la inercia. Su trabajo era un show de TV para niños llamado ''bunkiee'', en el cual participaban cuatro personajes de diferentes colores, uno rojo llamado Ruji, uno verde llamado Verdi, uno azul llamado Zuli y uno gris llamado Ernesto. Damian era el rojo.

  Observó su reloj de mano, se hacía tarde, con pasos apresurados se dirigió a la puerta como era su rutina. Una vez fuera de su casa avanzó unos cuantos pasos hasta la cochera, metió la mano en la bolsa de su pantalón y sustrajo las llaves de su coche, se introdujo en él, iniciándolo, puso la marcha en reversa y empezó a conducir hacia fuera de su cochera, dobló la dirección de su coche, cambió la marcha y se fue directo a su trabajo.

           El mismo camino de siempre con atascamientos infinitos, bocinas sonando por doquier, gente gritándose unos a otros, entre otras cosas que formaban parte de su rutina para amárgale el día. 

              Tras un largo recorrido, llegó al set de filmación, su propio infierno. Cualquiera pensaría que trabajar en un show de TV sería una oportunidad totalmente divertida, pero era todo lo contrario, estaba obligado a hablar con voces infantiles que lastimaban su garganta, diciendo frases que no poseían sentido alguno, mientras se movía como un simio. Realmente odiaba a sus compañeros, y estaba obligado a interactuar con ellos frente a cámaras que llevaban esa señal a millones de personas y se degradaba de esa forma.  En esos momentos lo único que lo reconfortaba era pensar en que lo hacia por su familia, era la única razón para suportar el estrés, y ese ambiente de gritos y malos modos. Sus hijos de seis y cuatro años eran los niños más dulces y tiernos que podía conocer, su esposa encajaba muy bien con él, era el contraste perfecto a su personalidad fuerte y amarga, en trece años de matrimonio aprendió lo que significaba el amor. 

               Se bajó de su coche, caminó hasta el set el cual era oscuro en su interior, no tenía ventanas debido a que la luz natural arruinaría algunas escenas, los únicos cuartos que tenían luz eran los de utilería. Paso tras paso siguió caminando con sus zapatos viejos y un poco desgastados.

              –Un día mas... –Pensó. 

       Al entrar ignoraba lo que pasaba a su alrededor como era de costumbre. El silencio era absoluto en el gran set pero él no lo notó. Caminó hacia su camerino, el cual era el más cercano a la entrada, se acercaba cada vez más a la puerta a un paso perezoso y lento, entró, observando su traje y pensó en la degradación que sentiría al ponérselo. Tomó el traje rojo sin más, el cual olía a vómito, dirigiéndose a cambiarse. Una vez hecho esto, salió de su camerino y partió directamente al salón central del set donde se graban los episodios de dicha serie, pero no vio a nadie, observó a su alrededor y no se encontraba nadie, miró su reloj de mano, se hacía tarde para comenzar a grabar.

                 –¿Hay alguien ahí? –Dijo en voz alta. 

                 Escuchó con atención afinando su oído para estar al tanto de si alguien respondía o si podía escuchar algún ruido y así poder descubrir donde se escondían sus compañeros, que se creían graciosos por jugarle bromas.

                 –Estos imbéciles me están jugando una broma –Pensó. 

                Movía su cuello de un lado a otro tratando de estirarlo, tenia una pelota en el hombro izquierdo por el estrés, normalmente se estresaba mucho, ya que casi no dormía, últimamente tenia sueños muy extraños, y todo eso se reflejaba en su cuerpo. Tras un tiempo seguía sin escuchar absolutamente nada, y sin pensarlo dos veces se sentó a esperar en la silla del director impacientemente. La rabia lo comenzaba a consumir, hoy le hubiese gustado terminar temprano. Pasaron 25 minutos, el tiempo se volvía eterno y no aparecía nadie, su paciencia se agotó en ese instante y cansado decidió buscarles para terminar con todo esto, debido a que el camerino de Ernesto era el más cercano, se determinó ir en busca de él o de alguien al menos.

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