"Morí por la Belleza, pero apenas
pude acostumbrarme a mi tumba,
uno que murió por la Verdad
se instaló en el cuarto contiguo.
Me preguntó suavemente por qué caí.
«Por la Belleza», respondí.
«Yo por la Verdad, y ambas son una,
por lo que somos hermanos», dijo él.
Y así, como parientes reunidos en la noche,
Hablamos de un cuarto al otro
hasta que el musgo alcanzó nuestros labios
y cubrió nuestros nombres."
I Died for Beauty, Emily Dickinson.
Natsuki.
La pasé por mi muñeca con toda la fuerza que podía contener dentro de mí, con furia. Tenía una especie de desorden en mi cabeza que me hacía pensar que todo estaría bien cuando lo hiciera. Aunque una parte de mi cabeza seguía repitiéndome que ya era hora de parar. Pero no lo hice. Seguí hundiéndome la uña del pulgar tan fuerte como podía en la carne blanca, pálida y amorfa que poseía en la parte interna del brazo, rasguñado ya varias veces por objetos peores que sólo una uña. Pero allí era lo único que tenía, debía utilizar eso o esperar a que la abstinencia acabara conmigo. Porque eso era: abstinencia de una droga, de un vicio. El vicio de matarme de a poco.
Escuché la puerta golpear, la misma voz que el día anterior se posó en mis oídos desde el otro lado de la madera, obligándome a levantar, a cubrir mi brazo con el habito que ya tenía puesto y a levantarme de la única habitación que siempre estaba sola, habitada por un fantasma sin piel: habitada por mí.
Al salir al corredor observé a mis "compañeras". La que a simple vista parecía ser la más alta de nosotras ―una rubia con extensiones completamente sin maquillar, pero no lo necesitaba, se veía brillante incluso así―, se asemejaba un poco a mi madre a excepción de sus rasgos europeos.
Se colocó a mi lado, irguiendo su espalda tan fuerte que parecía que su espina dorsal se iba a salir por la pequeña piel fina que tenía recubriéndole toda su anatomía delicada.
Al ver que nadie nos estaba supervisando, probablemente la hermana Bernabeh ya se habría ido y nosotras la esperábamos como verdaderas estúpidas, todas alineadas y formadas, comenzamos a desesperarnos un poco, se notaba en el aire gélido que nos recorría a todas. La toqué con mi codo derecho a la rubia que me parecía que se llamaba Trinity. Ella se dio la vuelta instantáneamente y miró hacia abajo, buscando mi pequeña cabeza, muy debajo de la suya.
―¿De dónde eres? ―preguntó sin medir mis palabras.
―Francia ―dijo en un inglés bastante fluido pero con un acento muy francés.
Si hubiera hablado antes, me hubiera dado cuenta incluso sin que me dijera su país de procedencia.
―Hablas muy bien inglés.
―Gracias ―respondió con una media sonrisa.
El idioma era de lo que más tenía miedo al venirme aquí. Pero el monasterio contaba con al menos la mitad de las monjas que eran bilingües, hablaban inglés como segundo idioma. El idioma internacional. Por lo que la comunicación con Bernabeh y la Superiora era mejor de lo que podía haber esperado. A pesar de eso, escuchaba ciertas conversaciones con un idioma más tosco del que yo estaba acostumbrada, de aquellas monjas que provenían específicamente del pueblo bajo nuestros pies. Por mucho que me costaba intentar comprenderlo o pronunciarlo incluso en mi cabeza, el noruego se me hacía muy difícil para mi lengua inexperimentada, pero eso me gustaba en cierto modo; una especie de enigma era para mí, eso me agradaba.
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666 Sacrilegios ©
HorrorEl monasterio Roseefard se encuentra sobre el risco más alto de una famosa montaña en Noruega, país cuna del Black Metal, que en sus pies se encuentra una importante ciudad, Bergen. Allí, más de decenas de monjas conviven día a día sobrellevando los...