Del cómo fueron sentenciadas

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"Videmus nunc per speculum et in aenigmate"

Umberto Eco, El nombre de la Rosa.

 

Prīmārius peccātum; Karim.

Su cuerpo destellaba el sudor amargo pero dulce que el roce de su cuerpo contra el de su amiga le producía. Todo su cuerpo estaba extasiado en glorioso encanto, le tocaba a ella ser el centro de atención de los cuatro, por lo que suave pero rápidamente la ataron y sus muñecas quedaron inmovilizadas al igual que sus tobillos, ajustados a los pies de la enorme cama donde ellos estaban.

Los dos jóvenes, Matt y Yaen, eran jugadores de rugby en el Instituto donde ella iba, ambos la admiraban desde lejos pero, como dos hermanos que comparten el amor de una madre, decidieron compartir su primera vez con su amor de toda la vida: Karim. Ella estaba más que feliz de estar con ambos, eran los más famosos en su Instituto pero no sólo por ser los dos hermosos pares de gemelos ricos y perfectos, sino porque además ella estaba enamorada de ambos a la vez, aunque no sabía cómo podía ser aquello posible, lo era. Matt, con su frialdad constante, su cabellera blanca y su inteligencia desmesurada, la había encandilado tanto como Yaen, con su dulzura y su paz natural, seguida de su par de ojos color miel y caramelo.

Pero ambos estaban allí ahora, con ella... y con su amiga, pero aquello no importaba ni tenia relevancia para Karim. Era ella o no era nada. Pero no podía pensar en ello en este momento, alguno de ambos, o su propia amiga —la cual se había ofrecido a acompañarla al club de noche donde se encontraría con ambos—, le estaba colocando una venda en los ojos y terminaron de anudársela en pocos segundos, haciendo que quede completamente aislada de lo que sucedía afuera de ella, sin poder moverse o siquiera ver lo que ocurría.

—Dicen que, al apagarse los sentidos, el placer y la excitación se agudizan... —La voz de Yaren era penetrante, le susurraba en su oído con dulzura melodramática, como si fuera en realidad una trasmisión de radio y tuviera que decirlo grave, lenta y profundamente, marcando cada silaba y haciendo que con ellas el cuerpo desnudo de Karim se contrajera, moviendo su cadera con suavidad.

—No te muevas, linda —dijo la voz de Matt con firmeza, colocándole una mano a cada lado de su cadera, impidiéndole un movimiento rítmico y monótono.

Karim gimió bajo el sudor del ambiente de su propia habitación, y una lengua pasó por el lóbulo de su oreja con gran perfección, a lo que ella quiso moverse, pero las grandes y frías manos de uno de los gemelos se lo prohibieron.

Sintió una mano pasar por entre sus muslos, acercándose cada vez con más fuerza, arrancándole la carne de sus piernas con una necesidad de llegar más allá de ellas. Sentía en esa mano las uñas largas y pudo saber que era su amiga, la cual le había también pasado la lengua por su lóbulo derecho. Alguien se sentó encima de ella, su piel podía sentir la de la otra persona con perfección. Escuchó gemidos de su amiga, y luego la mano en su muslo desapareció, pero fue reemplazada rápidamente por otra más grande y fría. Estaban cerca de llegar a su feminidad, podía sentir la necesidad en su cuerpo de querer más.

Su respiración se contrajo, su pecho dejó de subir y bajar, sus pulmones estaban llenos de aire y su corazón parecía salirse de lugar. Las manos las tenía frías y sudorosas, pero era una liviana sensación de lo que estaría por ocurrir.

Alguien le rozó una de sus partes más sensibles haciendo que pegue un brinco a pesar de que alguien estuviera encima de ella, y otro alguien abrió la puerta de su dormitorio.

— ¡KARIM! —gritó su madre, una mujer de cincuenta años, más cerca de ser abuela que madre, llena de trastornos relacionados con su obsesión compulsiva al orden y la limpieza, algo que hace que todo aquel que la conozca la llame "la histérica Jane".

666 Sacrilegios ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora