•El reencuentro del ángel y el detective

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(Narra Ran)

35 minutos habían transcurrido desde que comencé mi caminata saliéndome del parque para llegar a aquel lugar. Durante todo el paseo, me percaté de que alguien me estaba observando de cerca y siguiéndome, pero no le di importancia ya que las calles de Tokio estaban muy concurridas y podría ser cualquier viejo verde o un niñato pervertido. Fui como si nada, tranquila, relajada, pues ya era libre de una vez por todas tras liberar mis sentimientos y, mientras andaba, me iba fijando de reojo en las tiendas por las que pasaba para comprar algún regalo ya que se acercaba la navidad. Quería regalarle algo a Sonoko, a mis padres y, por supuesto, a mí misma. No lo he confesado nunca a nadie, pero desde que desapareció Shinichi llevo comprando un regalo a parte para él para el día que regresara.

Año tras año, o mejor dicho, navidad tras navidad, lleva acumulándose en un rinconcito de mi habitación sus regalos. También hay que mencionar que le hacía regalos hechos a mano para el día de su cumpleaños. Solamente espero que, siendo este el décimo año consecutivo sin volver, aparezca por arte de magia, al igual que la primera vez que se marchó y todas aquellas veces en que apareció y se fue sin más, como si de un fantasma entre las sombras se tratase. Si no regresa esta vez, mi deseo de Año Nuevo no cambiará. Todos los años he estado deseando lo mismo, lo escribía en un papel especial y lo ponía en unas campanas que estaban situadas en el santuario. Dentro del sobre estaba escrito: "Deseo que Shinichi vuelva de una vez por todas, que podamos olvidar el pasado y nos preparemos para un futuro juntos". Pero ya lo he comprobado por mí misma, es simplemente un mero capricho, una fantasía, la cual es muy absurda para que suceda en la realidad y nunca podrá cumplirse.

Tal vez, Shinichi me haya olvidado.

Tal vez, él haya empezado de nuevo una vida junto a otra chica que le hiciera más feliz.

Y seguramente, todos estos años lo he sabido, pero no quería admitirlo ni hacerme a la idea de ello.

Por lo menos, si es cierto, me hubiese gustado que me mandase una carta en la cual explicase todo lo sucedido, todo el problema que hizo que nos distanciásemos poco a poco hasta no saber nada del otro, que me contase lo que ha hecho este tiempo y lo que hará en un futuro. Que si está con una chica que me describiese cómo es, pues yo solo quiero lo mejor para él ya que su felicidad es la mía aunque estuviera algo dolida porque yo no fuese la elegida. Que si se casase con ella en un futuro, me enviará una invitación y acudiré el día acontecido, pues yo le habré perdonado por todo lo ocurrido. Y también, a parte de todo esto, me gustaría que me confirmase una duda que siempre ha rondado en mi cabeza: ¿realmente confías en mí? ¿Es verdad que alguna vez me llegaste a amar? Parecen estupideces, pero para mí no lo son, y quiero estar segura de que no he desperdiciado este tiempo en vano aunque no me importaría porque son mis sentimientos y no puedo controlarlos ni cambiarlos.

Finalmente, tras un incesante recorrido, llegué a mi destino. Me detuve ante la verja que se interponía entre mí y el edificio grande delante mía, el cual tenía un gran reloj y había letras escritas en él: Escuela Primaria Teitan. Abrí la verja y me adentré en el colegio. Cuando llegué, por cada sitio en la que estaba: pasillos, clases, estancias, me hacían recordar a mi etapa favorita—que es la cual soñamos todos en estar en ella porque no existían las preocupaciones por tomar decisiones y eras libre de hacer lo que quisieras dentro de un cierto límite—, la infancia.

Después de recorrer algunos lugares del colegio, subí las escaleras para dirigirme hacia arriba del todo, la azotea. Abrí la puerta la cual siempre estaba cerrada pero, en un descuido del conserje, siempre olvida cerrarla cuando debe de irse a su casa.

Al abrirlo un gran destello de luz me deslumbró. Me cubrí los ojos con mi brazo y, cuando conseguí adaptarme, abrí los ojos y contemplé aquella hermosa escena ante mi vista. Seguí con mis pasos y me apoyé en las barandillas altas que había de seguridad. Desde ahí, observé todo Tokio y miré el infinito cielo que estaba sobre mi cabeza. El sol había luchado contra las nubes negras por salir, el sol quería libertad sin estar rodeada de oscuridad. Yo le entiendo perfectamente ya que había pasado una situación similar. Como ya dije, vivía de pequeña feliz y en la ignorancia, pero cuando fui adolescente me hacía la "tonta" porque no quería admitir en el mundo que vivía. Era como un mundo separado del resto de los humanos, una propia burbuja en la que estaba solamente yo y todo giraba en torno a un bucle lleno de mentiras, traiciones, desconfianzas... Yo no quería admitir la verdad y hasta que no la llegué a aceptar y afrontarla, no conseguí ser libre.

El sabor de tus lágrimasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora