Estaba progresando rápido, sus palabras eran mucho más cálidas, su tacto era más cálido, incluso su boca era más cálida, todo en ella era cálido.
Había pasado días intentado relacionarse con nuestros compañeros de clase, todos se daban cuenta de lo buena persona que podía ser, porque ahora era más amable con todos. Había conocido a más personas y estaba feliz por ella. Hasta su ropa era más colorida, ella lucía feliz.
Ya no se dormía en clase, si fuera como antes seguro yo estaría triste por no poder tocar su rostro, pero ahora yo tenía permitido recorrer su rostro con mis manos cuando quisiera. Nuestra relación se estaba encendiendo, eramos dos jóvenes que cada día se acercaban más y más. Había llegado al punto que permitía tocar su mano y entrelazar nuestros dedos. Cuando le decía lo hermosa que se veía día tras día no solo me regalaba una sonrisa, me tomaba del mentón y me besaba, tras esa acción yo veía sus mejillas sonrojadas. Su piel había tomado otro color, un color carne con dos rubores a cada lado de su rostro.
Ya no habían mañanas en la que ella llegara con sus hermosos ojos hinchados. En sus pestañas ya no habían pequeñas gotas, habían sido reemplazadas por rimel. Las ojeras ya no existían, ahora eran sombras de colores pálidos.
Había florecido, completamente.
La música aun no era su pasión pero la soportaba. Habían tardes inesperadas en las que ella preguntaba "¿Me puedes cantar una canción?", y yo siempre gustoso de hacerlo le pedía que se sentara y me mirara, sacaba mi cuaderno con las letras de las canciones que había escrito para ella y le interpretaba la que ella pedía.
Un día llegó a mi casa y me dijo que quería presentarme a sus padres, por supuesto, estaba nervioso como cualquier ser humano, pero acepté. Aquella noche fue agradable, una conversación maravillosa en la que hablábamos de nuestros intereses y de lo bueno que había sido el hecho de que su hija saliera conmigo.
No quería hacerle daño a nadie pero lo que ella no sabia, es que ella ya era una persona importante para mí.