Mike Riggs

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Se oía la lluvia al golpear el mosaico de las ventanas de la vacía y olvidada Basilica dello Spirito Santo.
-Gran señor y creador, vengo a ofrecerte mis servicios realizados hoy en tu nombre, y espero puedas redimir a las personas que te he enviado- Rezaba Mike Riggs mientras era observado por su viejo padrastro James, el cual se mantenía de pie junto a él, pero rezando sus propias plegarias.
-Dios ha de estar orgulloso de ti, Mike- su voz era grave y revelaba su avanzada edad- eres un fiel siervo y seguidor de sus mandamientos y leyes, por mi parte, también me siento orgulloso de ti- le decía mientras se sentaba a su lado y posaba la mano en su hombro.
Los ojos verde pardo de su pupilo revelaban enseguida cierta obsesión, pero a la vez daba a entender que ésta era el único sentido que poseía en su vida. Sin ésta sólo le esperaba un eterno abismo de caos y desesperación.
-Sólo quiero que éste mundo cruel y corrupto siga nuevamente las leyes de Dios, solo así la sociedad podría volver a funcionar- Su sonrisa, enfermiza pero perfecta, junto a sus ojos que mostraban desquicio, creaban una imagen aterradora, incluso para james- se acabarían las guerras, las peleas, las discusiones, ¡Todo sería perfecto! Sólo el temor a Dios reinaría entre los vivos ¿no sería genial?- con cada palabra su sonrisa crecía y mientras, se acercaba a una estatua de la virgen- ¡Oh Santa madre! Bendecida seas por haber traído a la vida a semejante ser perfecto- su semblante cambio, parecía molesto de pronto- ¡Ojalá todas esas perras impuras siguieran tu ejemplo!- Golpeó la base de la estatua y James se acercó a tranquilizarlo.
-¡Eh! ¡Mike! Está bien, recuerda que para eso estás tú, para que la sociedad vuelva a temer y respetar al creador- Le abrazó y lo alejó de la estatua en dirección a las grandes puertas de la Basílica- Ahora, creo que encontramos una familia que necesita recordar el poder de Dios- Le enseñó una foto en su teléfono, en la cual se veía una familia compuesta por un hombre, alto, rubio, ojos claros, grandes ojeras y vestido con un sobretodo bastante sucio. Junto a él una mujer también alta, rubia y ojos azules, vestida formalmente y con una sonrisa cínica en la cara. En medio de ambos, en una silla alta, una bebé, de ojos claros y una sonrisa tan inocente como el mismo niño Dios.
-Esa criatura no debe llevarse los pecados de ambos ¿no crees?- expresó Mike y salieron de la Basílica adentrándose en la oscuridad eterna de la noche.

El InquisidorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora