Capítulo 1

45 2 0
                                    




Tiró las llaves al cuenco y se quitó los zapatos. Abrió la nevera y sacó una cerveza fría, la abrió y se la acercó a los labios. Dió un gran trago y cuando se quiso dar cuenta ya se había terminado más de la mitad del botellín. Lo dejó encima y se sentó en la única silla que había.

Vivía sola. No necesitaba a nadie, y nadie laa necesitaba.

Cogió del bolso el tabaco y empezó a liarse un cigarro. Podría comprarlos industriales, pero costaban más, y la economía unifamiliar no estaba para echar cohetes. Fumar era una de las pocas cosas que realmente la tranquilizaban. Se sentó en la pequeña butaca que estaba en la terraza y encendió el cigarro. A medida que iba dándole caladas al cigarro miraba como la lluvia caía incesante sobre la ciudad. Amaba la lluvia. Al cabo de un rato el gato se sentó encima suya haciendo que volviese a la vida real y saliese de sus pensamientos. Miró al pobre animalito, era tan hermoso. Tenía el pelo negro como el carbón y los ojos verdes, como si el bosque residiese en ellos.

En realidad sí que había alguien que la necesitaba. Ese precioso animalito, tan indefenso que parecía pero tan fuerte a la vez. Lo acarició y apagó el cigarro en el cenicero.

Se levantó para saber la hora ya que ella nunca llevaba reloj encima. Si tenía que mirar la hora la miraba en el móvil. Miró el reloj que estaba colgado en la cocina y vió que eran las ocho y media.

Caminó hasta la nevera para ver si había algo para comer, pero nada. Estaba totalmente vacía. Se la quedó mirando por un momento por si mágicamente aparecía algo comestible, pero no apareció nada.

Finalmente decidió pedir una pizza a domicilio, no tenía ganas de salir de casa. Llamó y le comunicaron que su pedido estaría en media hora en su casa. Se volvió a sentar en la butaca de la terraza y volvió a encender otro cigarrillo. No tenía nada mejor que hacer. La televisión era una basura, es más, aún no llegaba a comprender por qué tenía una.

Desde que vivía en aquella casa nunca había encendido la televisión, más de alguna vez había pensado en venderla, pero creyó que era mejor dejar la casa tal y como la encontró, de todas maneras no pensaba quedarse mucho más en aquel lugar.

Se puso a mirar por el balcón y podía ver cómo la gente caminaba con los paraguas mientras la lluvia caía sin cesar. Era todo tan relajante que ni siquiera se dió cuenta de que la pizza ya había llegado.

Ya voy- dijo cuando escuchó el timbre.


Caminó hasta la puerta y la abrió. Pagó la comida y se sentó en el sofá. Dejó la caja de pizza en la mesa que estaba justo delante del sofá y fue a coger el ordenador para poner alguna película o simplemente para escuchar música. La cosa era que ella quería escuchar algo, no le gustaba el silencio cuando comía. Pequeñas manías.

El gato se sentó justo a su lado y se la quedó mirando.

-¿Qué quieres?- preguntó. Ella sabía perfectamente que el gato no le iba a contestar, pero tampoco perdía nada por intentarlo.

El gato se levantó del sofá y con la gracia natural de un felino se fue caminando hasta la cocina, y una vez allí tocó con la pata el cuenco de metal vacío.

-Qué cabrón que eres- dijo medio riendo.- ¿Qué quiere milord? ¿ Una deliciosa lata de salmón en su salsa?- dijo mientras sacaba una lata de comida de gato del armario y se la enseñaba. El gato la miró y maulló como para dar su aprobación- Okay, lo que usted prefiera.


Abrió la lata y puse el contenido dentro de su cuenco. El gato esperó a que su dueña se apartase para ir a comer. Ella no pudo contener una pequeña sonrisa mientras miraba a su gato acercarse al cuenco.

AuroraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora