–Maldita sea –susurré, agarrando al Golden Retriever por su collar de cuero rojo–, ¿te quieres callar de una vez?
Pero el perro no parecía hacerme caso, porque seguía tirando de mí para poder correr por la habitación. Consiguió soltarse y ladró de nuevo.
Estaba empezando a pensar en rendirme, cuando el perro dejó de correr y se quedo quieto delante de mí. Le cogí rápidamente del collar para que no pudiera volver a salir corriendo y le acaricié la cabeza.
De repente, alguien llamó a la puerta.
–¿Quién eres? –pregunté, aún sosteniendo al Golden.
–Soy yo –anunció una voz, golpeando la puerta de nuevo–. ¿Puedes abrirme ya, Auden?
Era Julie. Aquella toledana me caía bien, además de ser una de las pocas personas en las que de verdad podía confiar, así que cogí las llaves que estaban sobre la mesa con la mano que tenía libre y me acerqué para meterla en el cerrojo.
Me asomé. No sólo estaba Julie. Una chica morena y de ojos marrón claro estaba a su lado. Me miraba con simpatía y timidez al mismo tiempo, una mirada que me gustó, y no pude evitar sonreír.
–Es Katherine –explicó Julie–. Mi nueva compañera de habitación.
–¿Madrileña? –pregunté.
Kate abrió los ojos por completo, sorprendida.
–Sí, ¿cómo lo sabes?
–Porque tengo poderes –dije, subiendo y bajando las cejas repetidamente, haciendo que ella sonriera–. ¿Qué necesitáis, chicas?
Abrí más la puerta para que ambas entraran.
–Ha venido Lauren –explicó la pelirroja mientras entraba en la habitación–. Chispas no deja de ladrar y quiere que hagas que se calle.
–¿Y cómo pretende que haga eso? –Cerré la puerta y solté el collar del animal, que se tumbó en el suelo–. Es un perro.
–No sé, Auden, el perro es tuyo. Pero será mejor que deje de hacer tanto ruido. Van a acabar enterándose todos los profesores.
Con un fuerte suspiro, me senté en la cama.
–De acuerdo –dije, mirando otra vez a la chica nueva–. ¿Por qué no os quedáis un rato? Mike ha salido con Hannah y me aburro aquí solo.
Julie puso los ojos en blanco.
–Está bien. Kate –dijo a la vez que abría la puerta–, ¿puedo coger café de la máquina que has traído?
–Claro.
–Bien. No tardo.
Y, diciendo esto, salió de la habitación.
La chica me miró igual que lo había hecho antes y yo hice un gesto para que se sentara a mi lado. Las sábanas blancas, que eran idénticas en todas las habitaciones, estaban arrugadas encima de mi colchón.
–¿Quién es Mike? –preguntó al sentarse.
–Mi estúpido compañero de habitación y mi querido pero subnormal mejor amigo. –Sonreí, irónico–. Aunque últimamente se pasa el día entero con esa tía.
–¿Hannah? –probó ella.
–Exacto. –Bajé la mirada–. Pero él es así.
La miré a los ojos.
Joder, era preciosa.
Rompí el silencio, principalmente porque si seguía mirándola, me iba a volver loco.
–¿Y qué te trae por este internado, Katy?
La chica me miró y pude ver la tristeza que inundaba sus ojos. No tardé mucho en arrepentirme de mi pregunta.
–Lo siento –dije, mirando mis pies–. No tienes por qué contármelo. Yo tampoco lo hice.
–No importa –respondió ella–. El marido de mi madre la convenció de que estudiar en un internado era mucho más efectivo que estudiar en un instituto normal.
–¿El marido de tu madre? Es decir, ¿tu...?
–No –me interrumpió–. No... No es mi padre. Mi padre murió hace dos años. Me da igual que mi madre se case con otros hombres, pero en esta vida sólo se tiene un padre. En la tierra...
Kate se calló, con los ojos húmedos.
–O en el cielo –contesté por ella.
De nuevo, el silencio reinó en el pequeño cuarto. No pude evitar pensar en aquel recuerdo que había estado ocupando mi mente los últimos años, ese pensamiento que parecía imborrable y permanente.
–Yo también perdí a alguien una vez.
Pero, antes de que pudiese decirle nada más, la puerta se abrió y Julie entró en la habitación con tres pequeños vasos de café.
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Limitados por el Miedo ©
Roman pour Adolescents"-¿Es que no te das cuenta? -espetó él, moviendo la cabeza de un lado a otro-. Vivimos escondidos en los límites del miedo, Kate. Nos asustamos al pensar que nos hemos enamorado, tememos lo que no es posible y huimos del amor porque entendemos esa p...