Conexión en Cromado Do Mayor

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La cabeza le daba vueltas y le pesaba. Salía de un bar que tocaba techno. La era de la tecnología.

Caminaba tambaleante por las vacías calles hasta su casa, borracho del alcohol sintético-remasterizado-fuerte que servían en el vintech bar del «Cable feliz». En esos momentos sólo pensaba en reconectarse un rato el cerebro y cargar la batería de litio que su madre había hecho implantar ahí desde que nació. «Muy útil, madre», refunfuñaba cada que sufría migrañas, producto de la instalación barata que, según los libros de historia, seguía haciendo deficiente al servicio médico público.

El zumbido de las máquinas que abundaban repiqueteaba en sus oídos, produciendo un desestabilizamiento químico-eléctrico que le provocaba un tic entre los dedos, y enviando de regreso aquellos impulsos eléctricos que, entre la masa húmeda y gelatinosa llena de cables y transistores (su cerebro), interpretaba como dolor.

Al llegar, dolorido giró la perilla de la puerta, que inmediatamente pidió la huella digital. «Imbécil, olvidas todo». De nuevo insultos hacia su híbrido cuerpo máquina-sangre-tejidos. Puso su dedo pulgar e inmediatamente se aprobó la identidad. Facilidad. «Ahora sí, gira la perilla, tonto».

Se abrieron de par en par las cromadas puertas de su hogar atiborrado de valiosos tesoros que, si uno no inspeccionaba con calma, podían tomarse como un montón de cachivaches.

Se sentó en un sofá rodeado de VHS's, CD's y Cassettes, un motón de ropa sucia y algo de comida tirada. Estaba rendido, apenas y pudo abrirse camino entre la pila de basura que se entrometía a cada paso que daba. Mucho dolor en su cuerpo. Encendió el cargado a distancia con comando de voz e inmediatamente comenzó a sentir la revitalizante carga eléctrica ultra potente por sus venas-cables, lo justo para sobrevivir.

Miró sus muñecas, sustituídas por una aleación de plástico y cromo. La moda de su juventud. Aún recordaba el burdo promocional de cirugía reconstructiva (¿O destructiva?) que decía «Que el poder de la high technology  forme parte de tí, para que tú puedas formar parte de lo in y lo chic». Hizo caso. Muñecas desaparecidas,sustituídas.

En la lejanía, por la ventana invisible, que desaparecía a voluntad del dueño de la casa, se podían observar los enormes anuncios de luces de neón, las empresas grises y cromadas (como casi todo en esos años), las estructuras de hierro semi-abandonadas llenas de vándalos. El futuro que no soñaron los abuelos.

-¿Aún quieres ir a tomar sinteti-sake el sábado por la noche?

-Sí, claro.

-Te quedó bien la sustitución, ¿eh?

-Me encantó, muy brillante todo.

Recordaba aquel trozo de conversación con su novia de hace muchos años. La que no había vuelto a ver. ¿Le había dicho eso o lo había invitado al cine sensorial aquel día? no sabía siquiera que hubiesen ocurrido alguna de ambas. El tiempo pasaba, lo desgastaba; desaparecía cada cable incrustado en su cráneo, por debajo de los cabellos se hudían cada vez más en la carne. Todo indoloro, sin saber cuándo se iba a oxidar ese inoxidable pedazo de él, cuándo iba a ser carcomido por la tierra ferrosa y lo iba a sepultar el olvido. Sin nadie. La novia que no había vuelto a ver.

Acostado y recargándose la batería de litio. Silencio que cristalizaba el tiempo y lo rompía en mil pedazos. Alargó la mano y a tentones encontró una botella casi vacía de sinteti-sake que bebió despacio, ignorando el dolor de cabeza que ya le había producido el beber demasiado. Y resonó, en su cabeza, una vez más, una vez infinita, de eco, «¿Aún quieres ir a tomar sinteti-sake el sábado por la noche... Aún quieres tomar.... Aún quieres ir...» Se mordían las palabras en su mente, se mezclaban. Pero ahí seguía la frase de a mentiras, que no recordaba si él la había inventado o si en serio la había pronunciado aquella novia a la cual su mente empezaba a desechar dentro del olvido selectivo, retumbando como eterna a cada trago de la alcohólica bebida.

A la distancia sonó una sirena. Tal vez una alerta sismológica, pero le daba igual, estaba en la planta baja, y si moría, no le importaba. Nadie que llorara. Se dió cuenta que era la policía. «Una farsa, como la de todos los días. No controlan el crimen. Controlan a los que saben de más», pensaba con desprecio, mientras una vez más se hundía en la botella. Tan despacio que bebía, para que le calara en la garganta quemada, que requemara una vez más la tráquea, que lo carcomiera como su odio al mundo y su tecnología, a su policía, que le llorara la utopía de los abuelos en cada ardor, por cada sueño que no cumplieron dignamente. A la mierda lo que soñaron: esa era la realidad del futuro.

Sonó el reloj musical del centro de la ciudad. La una en punto. Punto,punto,punto... Punzaba la sociedad ciberpunk-techno que en otros tiempos se prevenía. La melodía llegó suavemente hasta sus oídos: música clásica, la de otros tiempos, con aquellos acordes milenarios que la gente usaba para crear música. Eran aquellas canciones, las de sus abuelos, las de los libros de historia las que escuchaba entonces. La melodía empezaba en lo que en aquellos años llamaban Do Mayor. Así se quedó, solo, sin la novia que había dejado hace tantos años, con el odio a su sociedad maldita, hundido en la botella y cargándose la batería de litio en el fondo de los sesos, mientras escuchaba aquellas mágicas, casi místicas frases que iniciaban en Do:

If I may, if I might, lay me down weeping

If I say, what is like I might be dreaming

If I may, what is right so many time, see me heal...



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⏰ Última actualización: Feb 14, 2016 ⏰

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