Una bizarra pesadilla.

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"Olvidame, Allen. . hazlo para que nadie vuelva aquí nunca más. .
. . .
Buenas noches, Allen."

— ¡Profesor, no! —

Me levanté, mi frente está perlada de sudor y una peligrosa sensación de querer llorar nublaba mi juicio.
Por supuesto, estoy tratando de no hacerlo, pero el nudo en mi garganta es tan duro. Tan doloroso.
Profesor. . .
¿Está muerto? No puede hacernos ésto, no, no puede hacerme ésto.
Profesor. . .

Reuní todas mis fuerzas para  salir de mi cama, apartando las acolchadas sábanas  y tocando con mis pies el frío suelo.
Revisé la habitación, todo estaba en su sitio.

Salí e hice lo mismo con las otras; mis compañeros están curiosamente callados. Y decidí que es mejor no molestar los.
¿Sabrán ellos que el profesor ya no está con nosotros?

Caminé por el ancho pasillo hasta llegar a la puerta de la habitación del profesor.
Posé mis orbes azulinos en el letrero que rezaba el apodo del hombre cuyo verdadero nombre desconocía.
Toqué la madera, fría y rústica al tacto.
Giré la perilla; primero asomé mi cabeza, luego el cuerpo y una vez dentro de la habitación sentí una fuerte ausencia de calor.

— Profesor. . .—

Caminé hasta estar a su lado y ahí estaba.
Su rostro está mucho más pálido de lo normal.
Se sentía distante, se sentía gélido.
Toqué la piel de su mejilla e inmediatamente una corriente eléctrica por todo mi cuerpo.
Su pecho ya no desciende ni asciende.
Éso me afecta. Me destruye psicológicamente y me da una bofetada llena de culpa.
Sí tan sólo no hubiera llevado aquella llave conmigo. . .

Todo es culpa del conejo.
TODO ES CULPA DE. . .
No.
El profesor se sacrificó por nosotros, él desea lo mejor para todos. . . por eso ya está.
Seguramente su alma se ha encontrado con la de Fiona.

Fiona. Antes no me había dado cuenta, pero ella hace tiempo que murió. ¿Cómo habrá muerto?
Observé la expresión del rostro del profesor, sin emociones, sin ningún rastro de que alguna vez esos ojos tuvieron un brillo de vida.
Tomé su mano, y la aferré fuertemente.
Tragué y dejé que las lágrimas viajaran por mis mejillas.
—Profesor, leí que usted nunca fue XXXdo, pero se. . . se equivoca, todos los que estamos aquí lo XXXmos, Fiona también, h yo, yo también; mucho más. Así que por favor, no, no me deje, salga de aquella interminable oscuridad y venga a mi lado. . .—

Ya no podía controlar mis lágrimas, caían como un torrente salvaje, el profesor. . . profesor, profesor.
— Yo lo XXX, vuelva, profesor. . . —

Le dí un casto beso en el dorso de aquella fría mano, mis labios se entumecieron.

Aquél hombre había representado un nuevo comienzo, con nuevos compañeros. Y ahora sólo. . .
Estoy perdido, desorientado, y triste.
Seguramente los demás están así también, profesor, usted nos sirvió como refugio. Como camada.

Me acerqué a su oreja y suavemente susurré aquellas palabras que el profesor seguramente había esperado tanto tiempo por escuchar de una persona.

. . .
Lástima que no pueda despertar de ésa bizarra pesadilla.

Buenas noches, profesor. (Alice Mare)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora