Carta 1

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A la señora Saville, Inglaterra. 

San Petersburgo, 11 de diciembre de 17...


Te alegrará saber que no ha habido desastres qué lamentar al empezar la empresa que con tantos temores mirabas.

Llegué ayer aquí y mi primera preocupación ha sido asegurarle ami querida hermana que estoy bien y que aumenta en mí la confianza en el buen éxito de mis gestiones.

Estoy ya mucho más al norte que Londres y al caminar por las calles de San Petersburgo siento en mis mejillas la fría brisa del Norte, que entona los nervios y encanta. ¿Comprendes esta sensación? Esta brisa, que ha pasado las regiones hacia las cuales avanzo, me hace gustar con anticipación esos climas helados e, inspirado por este viento lleno de promesas, siento que mis sueños diurnos se llenan de fervor. En vano trato de convencerme de que el polo es un lugar de hielo y desolación: siempre se me aparece, en la imaginación, como un sitio de belleza y encanto. Allí el sol es siempre visible, Margaret. Su enorme disco toca el horizonte y difunde un eterno resplandor. Si, como tu perdón Margaret, creo a los navegantes que me precedieron, allí la nieve y la helada no existen y después de navegar por un mar tranquilo, tal vez llegaremos a la tierra que nos sobrepasará en encanto y en belleza a cuantas regiones hayan sido descubiertas hasta ahora en el mundo habitado. Sus productos y sus rasgos son tal vez únicos, como lo son sin duda los fenómenos de los cuerpos celestes en aquellas soledades aun no exploradas. ¿Qué puede ser imposible en una tierra de luz eterna? Quizá descubra allí la maravillosa fuerza que atrae a la aguja y quizá pueda hacer millones de observaciones astronómicas que sólo demandan este viaje para la explicación de sus aparentes rarezas. Saciara mi ardiente curiosidad con la visión de una parte del mundo jamás visitada hasta ahora y espero hollar una tierra en la que nunca dejó su marca el pie humano. Ésta es la tentación que me arrastra, y creo que es bastante para dominar todo temor de peligros o de muerte e inducirme a dar principio a este complicado viaje con alegría que siente un niño cuando se embarca en un botecito con sus compañeros de excursión en una expedición en la que se lanzan a descubrir su río nativo. Pero, suponiendo que sean falsas todas estas conjeturas, su última generación, descubriendo un paso próximo al polo, hacia esos países para llegar a los cuales se necesitan tantos meses ahora, o descubriendo el secreto del magnetismo, descubriendo que, de ser posible, puede lograrse sólo con un esfuerzo como el mío.

Estas reflexiones han disipado la tranquilidad con la que empecé mi carta y siento que mi corazón se llena de un entusiasmo que me eleva al cielo, porque nada contribuye a serenar la mente como una finalidad permanente, un punto en el cual el alma pueda fijar su atención. Esta expedición ha sido el sueño favorito de mis años de joven; leía entonces con entusiasmo los numerosos viajes hechos con el fin de llegar al océano Pacífico Norte a través de los mares que rodean el polo. Recordarás que la biblioteca de nuestro buen tío Thomas estaba dedicada a la historia de los viajes hechos con fines de descubrimiento. Aunque mi educación fue descuidada, siempre me gusto apasionadamente la lectura, y esos libros fueron mi fuente de estudio, de noche y de día, y mi conocimiento de ellos aumento mi pena de la infancia, provocada por saber que  el último mandato de mi padre obligaba a mi tío prohibirme salir a navegar.

Estas visiones desaparecieron cuando leí por primera vez a los poetas cuyas obras extasiaron mi alma y la llevaron a los cielos. Me hice poeta yo también y durante un año viví en un paraíso  creado por mí, convencido de que podría asegurarme un nicho en el templo donde están consagrados los nombres de Homero y Shakespiare. Bien conoces tú mi fracaso y cuanto me afectó el desencanto sufrido, pero precisamente en aquella época herede la fortuna de mi primo y mis pensamientos volvieron a encauzarse por su cuenca primitiva.

Han pasado seis años desde el día que decidí la empresa en que me encuentro. Aun ahora recuerdo la hora en que empecé a dedicarme a mi gran aspiración. Lo primero que hice fue acostumbrar a mi cuerpo a los esfuerzos y privaciones. Acompañe a pescadores de ballenas en muchas expediciones al Mar del Norte; voluntariamente sufrí frío, sed, hambre y sueño; a menudo trabajaba durante el día con más ahínco que los mismos marineros y dedicaba mis noches al estudio de matemáticas, la teoría de la medicina y los aspectos de las ciencias físicas que mayores ventajas prácticas pueden proporcionar a un marino. En dos oportunidades hube de alistarme como piloto en un barco ballenero groenlandés y me hice digno de admiración por mi desempeño. Debo de confesar que me sentí orgulloso cuando mi capitán me ofreció el segundo puesto en el mando del buque y me pidió con toda sinceridad que me quedara, por considerar muy útil mis servicios.

Dime ahora, mi querida Margaret, sino merezco alcanzar un gran éxito.  No niego que mi vida ha transcurrido quizá en la holganza y el lujo, pero preferí la gloria a cuantas tentaciones haya puesto la riqueza en mi camino. Mi valor y mi dedicación son firmes, pero mis esperanzas vacilan y mi ánimo  flaquea a menudo. ¡Cuanta necesidad tengo de alguna voz alentadora! Estoy por iniciar un viaje largo y difícil, cuyas vicisitudes demandaran demandarán todo mi esfuerzo, pues no sólo tendré que alentar el espíritu de los demás, sino aveces también el mío, cuando el de ellos falle.

Esta época es la más favorable para viajar en Rusia. La gente se desliza en la nieve en sus rápidos trineos, cuyo movimiento es suave y, a mi juicio, mucho más agradable que el de una diligencia inglesa. El frío no es excesivo cuando se va bien envuelto en pieles, vestimenta que ya he adoptado, porque hay gran diferencia entre recorrer el puente de un barco y permanecer sentado, inmóvil horas enteras, sin que el ejercicio impida que la sangre se hiele materialmente en las venas. No deseo morir en el viaje entre San Petersburgo y Arcángel.

Saldré para esta última población dentro de quince o veinte días; tengo la intención de contratar un barco, cosa fácil si se paga el seguro por cuenta del armador, y tomar tantos marineros como se crea necesario entre la gente acostumbrada a la pesca de ballena. No pienso hacerme a la mar antes del mes de junio. ¿Cuando volveré? Es está una pregunta, querida hermana, que no puedo contestar. si el éxito me sonríe pasarán muchos, muchos meses y tal vez años, antes de que volvamos a encontrarnos. Si fracaso, me verás pronto, o quizá nunca.

Adiós, querida y buena Margaret. Una lluvia de bendiciones pido al Cielo para ti, y para mí le pido que me salve para que pueda volver a demostrarte mi gratitud por todo tu cariño y tu bondad.


Tu hermano, que te quiere,

R. Walton.


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