Parte Única

5.2K 673 1.2K
                                    

1917. Londres, Inglaterra.

Julio

Harry tomó una profunda respiración, intentando contrarrestar la desesperación que comenzaba a creer en su pecho. Vio a la enfermera que estaba a su lado, preparando una pequeña maquina.

—No te preocupes, niño. Te vamos a curar.

La voz ronca y despreocupada del doctor hizo que el pánico lo inundara.

Había dos enfermeras en la habitación. Una alta y rubia, que parecía estar revisando papeles y tomando notas. La otra es la que estaba a su lado, pelirroja y de mirada dulce.

Aún así en esos momentos todos asustaban a Harry.

—Bien. Edward vamos a curarte de tu demencia, no tienes que preocuparte por nada.

—¡Pero yo no tengo nada! ¡Nunca mentí! ¡Mi padre asesinó a mamá e intentó matarme a mí! Lo juro, ¡lo juro!— gritaba ahora lleno de pánico al ver a la enfermera pelirroja con una diadema que conectaba con la máquina, la cual tenía dos esponjas a cada lado. Las estaba humedeciendo en una cubeta.

El doctor negó con la cabeza y soltó un suspiro.

—Tu padre es un buen hombre, Edward. Él es alcalde justo por eso. Y tu madre murió en un accidente hace cinco años. Esas son alucinaciones, y es por eso que estás aquí.

—No murió, lo juro, mi padre la asesinó— sollozó, sintiendo como la enfermera le ponía la diadema y las esponjas húmedas eran colocadas en sus sienes. El doctor se sentó a su lado, anotando sus datos.

—¿Y qué me dices sobre cuándo intentaste matar a tu hermana?— inquirió tranquilamente, acomodando su bata.

—No lo hice. Dios, yo nunca haría algo como eso. Amo a Gemma, mi padre mintió. Por favor, por favor, tiene que creerme— susurró mirando fijamente los ojos claros del doctor. Este hizo una mueca.

—Te curaremos. Acabaremos tu tratamiento y estarás bien. Haremos que olvides esas locuras— dijo condescendiente. Harry no pudo refutar eso porque la enfermera le puso un tipo de mordaza en la boca para que no mordiera su lengua.

Lagrimas seguían rodando por sus mejillas cuando la enfermera prendió la máquina, giró la válvula para determinar la fuerza de los electrochoques y apretó un botón.

Los gritos se ahogaban con la mordaza, su espalda se arqueaba por el dolor sobre la camilla, e intentaba desesperadamente liberar sus muñecas de los amarres.

Sus ojos se encontraban fuertemente cerrados, buscando algo para menguar el agudo dolor que lo recorría de la cabeza a las puntas de sus pies.

—Muy bien, Edward. Terminó la sesión por hoy. Te llevarán a tu habitación ahora— le dijo el doctor, haciendo que abriera los ojos y se diera cuenta de que se había desmayado unos minutos.

Le quitaron la diadema y la mordaza. El respiro con esfuerzo, sintiendo todo su cuerpo gritar de dolor.

—Haremos que olvides esas cosas. Tranquilo. Serás alguien bueno pronto— repitió el doctor, sentándose en su escritorio—. Ahora, las enfermeras te llevarán a tu nuevo cuarto.

memories | l.s. (one shot)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora