Capitulo 1

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LA ULTIMA MIRADA

"... Cuantas veces un recuerdo es la imagen imborrable de aquella Última Mirada"

Mis pasos lentos me llevaban por la oscura y desierta travesía. Con la mirada perdida, clavaba vagamente los ojos en el tiempo, quien paciente transcurría ajeno a cuantos le rodeaban. No tardé mucho en arribar hasta el portal de mi casa. Metí suavemente la mano en el bolsillo derecho, sondeando esta el lugar exacto donde se hallaban depositadas las llaves de la puerta. Tras sacarlas del pantalón, estas chocaron entre sí, produciendo al unísono un leve y fugaz tintineo, que en el silencio de la oscura noche, pareció el brusco precipitar de aguas sobre una cascada. Tanteé la cerradura, para finalmente, tras girar la llave, encontrarme dentro del portal que custodiaba la entrada a casa. Subí con algo de dificultad los escalones que me separaban del lugar de destino, y cuando llegué al rellano de la escalera, volví a usar una de las llaves que aun sostenía en la mano desde su reciente utilización. Como siempre me solía pasar, costó un poco de trabajo abrir la puerta, puesto que la cerradura estaba algo estropeada y era necesario un poco de esmero para lograr su apertura. Al acceder dentro de la casa, al salón de entrada, casi por rutina desplacé la mano derecha hacia el interruptor de la luz, y así hice desaparecer la oscuridad, que junto al silencio, gobernaban el interior de mi propia casa. Dejé la chaqueta del traje tirada por el primer lugar que encontré, y recorrí el largo pasillo que separaba el salón de la habitación donde estaba el ordenador. Con los mismos pasos lentos que hasta ese momento estaba desarrollando, llegué hasta la misma, y tras un breve instante de duda, decidí conectar el ordenador. En cuestión de pocos segundos se escuchó la presentación sonora de Windows 00, tiempo que empleé para introducir en el equipo de música un disco compacto de música. Mientras este entraba en funcionamiento de manera automática, moví el ratón hasta el acceso directo a Word. Rápidamente se proyectó en pantalla un procesador de texto, al tiempo que por ambos altavoces del equipo, situados a cada lado de la habitación, comenzaba a sonar la primera de las canciones del último álbum de Mikel Erentxun.
Fue entonces cuando recordé que no había mirado la mensajería de internet, así que interrumpiendo la labor que me disponía a iniciar, salí del procesador de texto, y comprobé por mí mismo que no tenía ningún mensaje, por lo que decidí volver al Word y comenzar a escribir la historia que debía realizar.
Un amigo que estudiaba en la misma universidad que yo me iba a ayudar a repasar las matemáticas, y a cambio me había comprometido ha redactarle la historia que teníamos que entregar en lengua castellana. Así fue como ni corto ni perezoso preparé las distintas configuraciones oportunas y tras pensar su inicio, comencé a escribir:
"... Contemplaba el cielo con la voz apagada y los labios entreabiertos. Su mirada, perdida entre los confines de la oscuridad, deambulaba sin sentido aparente entre las lunas de Júpiter y los anillos de Saturno. En ese momento su atención estaba centrada en hallar el lugar exacto donde orientar las lentes del telescopio para poder ver así la galaxia de Casiopea. Buscaba tenazmente la primera de las tres estrellas, cuyos nombres desconocía, pero que sabía que entrelazadas en una misma línea imaginaria darían luz al camino para tal hallazgo. Después de vacilar durante unos breves instantes sobre cual de los cuerpos celestes debía observar primero, decidió continuar con lo marcado en un principio. Volviendo a mirar por su moderno anteojo, como así llamaba su abuelo al apreciado instrumento óptico, pudo ver hacia la izquierda una pequeña niebla, una luz blanca y borrosa, distorsionada sería el adjetivo más correcto. Tenía ante sus ojos la imagen de un lugar tan distante, que aun leyendo su valor numérico real, nunca sería capaz de entender. Permaneció mirando aquella galaxia durante unos minutos, tiempo este que se desvaneció en el espacio infinito, navegando por distancias inalcanzables para su joven y fantástica mente.
No hacía mucho frío aquella noche de Noviembre, la misma en la que en las noticias se anunció la presencia de una nube de polvo cósmico, que se traduciría en la lluvia de estrellas más importante de los últimos treinta y tres años. Eran todavía las once, así que aún le quedaban cuatro horas para arribar a las tres, la hora en la que se produciría tan esperado suceso para Joan, el niño que ojeaba junto a su casa, a la orilla de la playa bañada por aguas del viejo Mediterráneo, un cielo estrellado como pocos se pueden observar a lo largo de una vida..."
Con esta frase como último comentario dejé por unos instantes de escribir. Tenía bastante sueño, por lo que los ojos cargados, intentaban de vez en cuando cerrarse para así dotar de descanso a mi entero cuerpo. Para evitar que este hecho sucediera, me levanté de la silla en la que me encontraba, y saliendo a un pequeño pasillo, fui andando entre la oscuridad hasta la cocina. Una vez allí, encendí la luz de esta, y me preparé un café bien cargado. En el tiempo que tardó en calentarse el agua, fui hasta la habitación del fondo, abrí las hojas de la puerta que daba al balcón y salí a este. La calle estaba desierta, tal y como la había encontrado tiempo atrás, antes de subir a casa. La luz de las farolas alumbraban con acierto el asfalto, al tiempo que algún coche que otro circulaba por la carretera perpendicular a donde yo me hallaba, contigua a un viejo semáforo, escenario de frecuentes accidentes. A lo lejos, procedente de una habitación con la luz encendida, justo enfrente de mí, se escuchaba la tenue conversación de un radioaficionado, que aprovechando las horas en las que la gente no ve la televisión, emitía con mas potencia, intentando conversar con alguna persona situada en un punto distante del planeta tierra. Observé antes de volver a introducirme dentro de la casa el escaso trozo de cielo, que desde mi posición podía apreciar entre el pequeño hueco que dotaban los edificios circundantes, y cerré la puerta del balcón. Al regresar a la cocina, la cafetera emitía un intenso pitido, anunciando de esta forma, que su trabajo ya estaba acabado. Serví el contenido de la misma en una pequeña taza que aun me quedaba limpia entre todas las sucias que se hallaban expuestas en el interior del lavavajillas, y cogiéndola entre mis dos manos, intentando con esta acción calentarme, volví a entrar a la habitación donde instantes atrás había estado escribiendo a ordenador. La música del Cd continuaba sonando, mientras el protector de pantalla escondía las palabras que tenía escritas. Moví ligeramente el ratón hacia un lado, y cuando el protector desapareció, un aviso en pantalla anunciaba que acababan de dejarme un E-mail. Me froté levemente los ojos, intentando despejarme del sueño que aun perduraba, en vista de que los efectos del café aun no habían hecho acto de presencia. Situé el cursor en el lugar que correspondía, y tras hacer doble clic, apareció el mensaje en pantalla.
"De Sacarino a Mortadelo"
Al leer este comentario en primera instancia, supe inmediatamente que se trataba de un mensaje de un amigo mío, que al igual que en mi caso, dedicábamos parte de nuestro tiempo libre a navegar por internet. Acto seguido proseguí leyendo el mensaje que este me había dejado.
"He conocido a un agente de la T.I.A. Tiene material interesante. ¿Te apetecería verlo"
Puesto que él todavía estaba en pantalla, le respondí en ese mismo instante.
"Mortadelo a Sacarino. ¿Qué clase de material"
Apreté el cursor y en cuestión de segundos mi mensaje estaba viajando a casa de Alberto, quien era la persona a la que pertenecía el seudónimo de Sacarino. Poco tiempo después, el suficiente como para dar un pequeño sorbo a la taza de café que aun quemaba a rabiar, la contestación llegó a la pantalla de mi ordenador.
"Sacarino a Mortadelo. No sé muy bien de qué se trata, pero algo me hace pensar que podemos sacar buen partido de esto. Tengo una corazonada". Aquella aseveración no me hizo demasiada gracia, puesto que aun recordaba el resultado de la última de las corazonadas de Alberto, en la que a punto estuvimos de comprar unas copias baratas a precio de oro, si no nos llegamos a dar cuenta en el último momento.
"Mortadelo a Sacarino. Tus corazonadas a mí me dan mala espina. Dime donde has conocido al tipo ese y quien es, o me parece que tendrás que ir tu solo".
Volví a mandar el mensaje por la red, al tiempo que repetía la escena anterior, tomaba un nuevo sorbo de café, esta vez un poco menos caliente. Segundos después la respuesta de Sacarino llegaba.
"Sacarino a Mortadelo. Ahora no puedo decirte mucho más, pero si confías en mí ya verás como no te arrepentirás. Nos vemos mañana, en el lugar de siempre sobre las cuatro de la tarde"
Volví a dejar un mensaje, aunque de este ya no obtuve respuesta, puesto que como ya había avisado, Alberto se acababa de marchar.
Como siempre me ocurría cuando Alberto me hacía alguna propuesta parecida a esta, una voz en mi interior me avisaba de peligro, pero aun así, sabía, que tal y como sucedió en anteriores ocasiones, terminaría acudiendo al lugar en cuestión, a la hora de la cita.
Todavía recuerdo, mezcla indignación y a la vez ingenuidad, la ocasión en la que Alberto conoció a unos coleccionistas en Barcelona y me hizo ir hasta allí para adquirir por un precio módico unos ejemplares raros, y por poco terminamos en la cárcel acusados de robo por intentar comprar unos cómics sustraídos de una importante colección privada.
Conocía a Alberto desde hacía algún tiempo, dos años creo recordar mas o menos, cuando en una de las web de internet vi anunciado que se vendían ejemplares antiguos de revistas y cómics. Para ese tiempo yo ya coleccionaba ejemplares de cómics, afición esta que se traslada en el tiempo hasta casi mi infancia, cuando mi padre, todas las tardes me llevaba con él a la biblioteca municipal, donde trabajaba como una mezcla de conserje y bibliotecario. Yo por mi parte, me sentaba procurando molestar lo menos posible a la gente, que en medio de un riguroso silencio se disponía a mi alrededor, y leía multitud de libros de cómics que allí quedaban expuestos. Desde los americanos como Supermán, Batman o el Capitán Trueno, a los belgas de Tintín, franceses de Ásterix, sin olvidar, por supuesto los españoles, de los que sin dudar, siempre destacaban Mortadelo y Filemón. Aquello que de pequeño no era más que un mero entretenimiento, se fue convirtiendo a medida que fueron pasando los años en una afición, para finalmente llegar a la posición que me encontraba ahora, donde no solo me conformaba con coleccionar algún que otro ejemplar raro, sino que cada vez, deseaba piezas más codiciadas y a la vez, había recibido en alguna ocasión, el encargo de adquirir copias para empresarios caprichosos, que en Elche hay unos cuantos. En cuanto a los que adquiría para mi colección, lo cierto es que cada vez eran menos, en vista de que los ejemplares que realmente son buenos, resultan difíciles de conseguir debido a su elevado costo, y además, porque siempre hay alguna persona con mas poder que yo que se adelantaba antes de haber podido hacer efectiva la compra. Aquí entraba en escena Alberto, pues sin saber ni como ni porqué, era capaz de conseguir buenas piezas a un precio razonable, y además, sin que nadie me fastidiara la operación. Esta misma afirmación, por el contrario, hacía que su presencia en cualquier negocio, por ínfimo que pudiera parecer, fuera motivo suficiente para que yo guardara cierto tipo de recelo sobre la procedencia de sus fuentes de información, o hasta incluso del origen de sus proveedores. Aun así, dejando a un lado estos factores atenuantes, me sentía tentado cada vez que me proponía una nueva adquisición, puesto que de otro modo, difícilmente podría obtener esta clase de material.
Muchas de estas veces, no he querido ni siquiera preguntar, simplemente he aceptado. De qué otro modo si no, pudiera haber conseguido el tomo recopilatorio de lujo de WATCHMEN de Alan Moore que ya había sido rifado en un Comicon, o la que yo llamo la "joya de la corona", el número 137 de X-Men, donde Jean Grey, se sacrifica por destruir la fuerza Fénix autografiado por sus autores Chris Claremont y John Byrne. Siempre he tenido curiosidad por saber como me había conseguido Alberto este último ejemplar, sin embargo, cada vez que siquiera he sugerido saber dicha cuestión, él siempre se limitaba a decir que confiara en él. Afirmaba que sus fuentes eran simplemente amigachos, gente que se dedicaba a otros negocios, pero que a modo de favor, se encargaban de suministrarle dicha información. Así las cosas, no tenía muchas opciones para elegir. Si quería aceptar las condiciones, quizás podría obtener un buen premio, si no lo hacía, siempre sería un simple coleccionista, obligado a efectuar anuncios en periódicos gratuitos, esperando a que algún día, alguien por error, me vendiera una obra maestra, ó cuanto menos, una pieza digna de un coleccionista.
Dejé a un lado las suposiciones sobre Alberto, y saqué el Cd del equipo de música, y seguidamente, apagué el ordenador después de haber salvado la primera parte del texto de la redacción que minutos antes había comenzado.
Me levanté con algo de dificultad de la silla, debido a un dolor en la rodilla que me molestaba desde hacía ya algún tiempo. Miré brevemente la colección de libros formados por infinidad de viñetas que quedaba a mis espaldas, al fondo de la habitación, y conmutando la llave de luz, apagué de esta forma la misma y me fui a la cama. Tardé poco en quedarme dormido, soñando seguramente, aquellas viejas historias que al despertar nunca logras recordar.

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