Primera parte

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—Lauren Mitchel
Oí mi nombre y como un reflejo inmediatamente me paré del asiento.
Sentí como la mano tibia de la tía Jaimie se enlazaba a la mía y como me tironeaba en dirección a la puerta del consultorio.
Noté que había entrado al lugar, ya que sentí una brisa de aire caliente chocar contra mi rostro, sentí el sonido del aire acondicionado.
Mi mano sudaba, al igual que el resto de mi cuerpo.
La puerta se cerró detrás de mí.
—¿Qué tal mi paciente preferida?
Intenté sonreír. Como de costumbre esbocé una sonrisa falsa. Ya que ese es el tipo de sonrisas que suelo hacer. Para ser sincera, no recuerdo cuando fue la última vez que sonreí. Hablo de una sonrisa de dientes blancos, una sonrisa que sale de adentro, de tu interior, de esas que haces cuando estás feliz. De las que hacia la tía Jaimie, no había nada mas bello que ver sonreír a esa mujer. Estoy segura de que lo sigue haciendo, sigue sonriendo, solo que no puedo verla. Pero aun llevo en mi memoria su sonrisa brillante, de dientes blanquísimos, casi incandescentes. Una sonrisa natural que transmite alegría y tranquilidad. Apuesto a que justo ahora, le está sonriendo al doctor.
La tía me sentó en la silla. Suspiré. Aquel aroma a medicamento me ponía nerviosa, un olor aséptico, digno de un hospital.
La tía Jaimie y el doctor llevaban una charla sobre el clima. «Que lindo día. Al fin salió el sol»
Esperé unos segundos, no tardarían en cambiar de tema. Después de todo, están aquí por mí.
—Bien, ya tengo el resultado de los estudios— prosiguió.
La tía tomó nuevamente mi mano, más sudorosa que nunca, y la apretó con fuerza.
—Se confirmó que tu caso no es un probable Leber, ya tenemos un diagnóstico, por fin, después de siete años.
—Gracias al cielo— susurró la tía Jaimie.
—Descartamos el Leber, una forma poco comprendida de neuritis óptica que se presenta predominantemente en los hombres después de la pubertad. Pero como tu no cumples con los requisitos, lo descartamos— tragó e hizo una pausa, sentí el ruido de unos papeles, parecía buscar algo— Lo que tu tienes no es una enfermedad. Es más bien un daño, causado por un accidente. Como cuando te caes de una patineta y te quiebras un hueso del brazo. Esto es parecido. El accidente dañó el nervio óptico produciéndose una pérdida del campo visual
—Pero... ¿Y cómo se puede tratar? ¿Acaso tiene cura?— preguntó la tía muy inquieta, estaba tensa, lo deducía por la forma en la que me tomaba la mano.
—Tranquila, aquí viene la mejor parte. Pues podrías someterte a una cirugía. Una operación, para ser más entendible
Mis ojos se agrandaron como los de una lechuza. Le temía a las operaciones, me inquietaba el hecho de que una persona abriera mi cuerpo y luego lo cociera como a un oso de peluche cuando se le pone relleno. No quiero ser su peluche. Me da miedo, solo pensar en que ha de haber dentro de mi me revuelve el estómago. Respiré hondo.
—¿Y usted cree que con ésta operación me podré curar por completo?
—Aún no es certero. Un 30% de éstas fallan
—Y en ese caso ¿Podría repetirse?
—Ahí es donde viene el caso, verán, esta operación no es del todo fiable, ya que una vez manipulado el nervio óptico...
—Vamos doctor. Dígalo rápido, sin rodeos
La tía me codeó. Las palabras se escaparon de mi boca, las escupí bruscamente, me salió de adentro. Lo cierto es que detesto aquel lenguaje de profesional que utilizan los doctores. Y más si se trata de ésta situación, necesito una respuesta rápida, pero sobretodo clara.
—Está bien, Lauren— rió— comprendo tu impaciencia.
—Solo está ansiosa— habló la tía, quien detesta quedar mal con la gente.
—En caso de que la operación falle ¿Podría repetirse?— volví a insistir.
—No— respondió con firmeza, una firmeza que me asustó— si ésta falla, me temo que no se podrá repetir, no podremos hacer más nada, el paciente quedará con éste obstáculo en la visión, para siempre.

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~Manu 💗

Cuento CIEGO ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora