La nieve caía en la ciudad de Nueva York, Estados Unidos. Un lugar muy concurrido en ésta época del año.
Veía gente feliz por todos lados, niños correr por la nieve, jugando con trineos. Adultos felices comprando regalos de Navidad. Una época que solo quería celebrar con una persona.
Seguí caminando entre la gente. Me puse mi gorro de lana porque el frío me estaba enfriando las orejas, y acerqué mi bufanda al cuello.
En ese momento, solo tenía un destino.
Ya en el estacionamiento, me subí a mi auto y empecé a andar.
Mientras manejaba, no podía parar de pensar en su belleza, en la forma que tomaban sus ojos cuando se reía.
Porque ella no sabía lo hermosa que era, pero yo sí.
O la primera vez que dormimos juntos y me quedé observándola toda la noche. ¡Porque no podía creerlo! No podía creer que ella, tan irreal, tan perfecta, estuviera en frente de mis ojos. Porque debería estar demente, aquella muchacha de ojos cafés, para estar con un loco como yo.
Empecé a recordar nuestro primer beso. La primera vez que mis labios besaron con desesperación los suyos, y es que, todavía puedo recordar el ritmo en el que latía mi corazón. ¡Pensé que iba a morir de taquicardia!
Ay, mujer.
Es que tú me robas el corazón.
El alma.
Me cortas la respiración.
Tú me convertiste en un loco.
¿Qué puedo hacer contra esto?
Volví a la realidad y afirmé el volante con mis manos para no perder el control del vehículo.
Solo del vehículo.
(Yo ya había perdido totalmente el control de mí mismo).
Continué con mis pensamientos.
Recordé la primera vez en que la pasión nos consumió y el corazón hizo que nos desnudáramos sin que pudiéramos contar hasta tres.
Recordé la primera vez en la que te vi llorar y mi corazón no pudo soportarlo.
Y yo también lloré.
Recordé la vez en la que conocí a tus padres y ellos me miraron con desprecio. Tu padre me fulminaba con la mirada, y tu madre no podía creer en el lío que te habías metido.
¡De qué psiquiátrico habrá sacado a éste loco!
Pero yo los ignoré.
Y tú igual lo hiciste.
Porque nos amábamos, nos amábamos tanto, mujer. ¡Tanto!
Recordé la primera vez que te vi con otro hombre, y el te abrazaba.
Y yo no pude soportarlo.
Así que perdí el control de mí mismo y le pegué un puñetazo en la cara.
Pero era tu primo.