Prólogo.

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Era tarde y en las calles ya no había luz. La lluvia y el viento arrasaban con todo a su paso, pero no le importaba; había pasado por cosas peores.

Vestía una chaqueta impermeable, de color azul marino; unos vaqueros, simples y ajustados; y unas zapatillas de color blanco con las puntas de los cordones mojadas y teñidas del color de los charcos. Para ser invierno no iba demasiado abrigada, y ni siquiera se molestó en colocarse la capucha, pues esta estaba apoyada sobre la mochila que descansaba en su espalda. Sus pasos eran cortos, caminaba desganada y sin prisas, dejando que la lluvia resbalase por su pelo rubio y su tez blanca.

No tardó mucho en llegar, pero si lo suficiente como para que su amiga dejase un par de mensajes en su buzón de voz.

–¿Dónde estabas? –Cuestionó esta, con los labios sobre su oreja y los brazos rodeando el cuerpo de la rubia. Rápidamente dejó un beso sobre su mejilla y se separó, entrando en la casa.

La rubia apenas reaccionó ante su saludo; simplemente se limitó a sonreír con sinceridad y a seguir sus pasos. Había caminado por aquellos pasillos miles de veces, pero nunca se cansaba de observarlos y analizarlos. Cuando se dio cuenta, ya estaban ambas en el interior de la habitación.

–Siéntate, sabes de sobra que estás como en tu casa, Chloe. –le dijo a la de tez blanca en un susurro mientras encendía un aparato que resultaba ser un tocadiscos. Chloe obedeció, y con timidez, se tumbó en la cómoda cama de su compañera.

El disco comenzó a dar vueltas, dando paso a una melodía -a poco volumen- que cargó el ambiente de pura tranquilidad. La otra chica se acercó a la cama, con pasos al ritmo de Hooked on a Feeling, de Blue Swede. Sus caderas se movían de un lado a otro, haciendo que Chloe se perdiese en aquel vaivén perfectamente ejecutado. No tardó en cerrar los ojos, disfrutando de la música y repitiendo aquella escena en su mente una y otra vez.

A los pocos minutos notó como el frágil cuerpo de la muchacha caía sobre la cama, a su lado, y no pudo evitar abrir los ojos y ladear la cabeza. Ahora estaban enfrentadas, la una con la otra, sonriendo esclavas del silencio. Chloe pudo observar como se dormía, con la sonrisa todavía en los labios. Inclinó levemente la cabeza consiguiendo rozarlos, mas se apartó al instante, levantándose de la cama para irse.

Miró el reloj de su propio cuarto. Eran las 00:01. Se acercó a su escritorio, alcanzó un bolígrafo y pintarrajeó una ralla más sobre su pared amarillo pastel: un día más, ¿o un día menos? Soltó el boli y se desplomó sobre su cama, acariciando el lado vacío, cerrando los ojos con fuerza para intentar imaginarse que estaba en compañía de nuevo.

Los días contados.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora