1.2

677 8 2
                                    


Un olor a creps se escapaba de una casa, èxtaxis supremo... Yo ya me veía descubriendo parajes inexistentes, aprendiendo todas las lenguas e inventando otras nuevas. Sin embargo, en mi primer intento de marcharme De la ciudad me di de bruces con una direccion prohibida. La muy bribona se ocultaba tras su sombra ala salida del pueblo. Boxeó contra mi arco supraciliar con toda su potencia metálica. La vuelta al mundo en ochenta segundos. Temblé como un cascabel. Solo deseaba un buen baño y una aspirina gigante. Vuelta ala cadilla de salida.
Me di cuenta de que esa primera marcha fallida me permitió reflexionar sobre mis veleidades de fuga. Necesitaba un vehículo, un caparazón en el que cobijarme con mayor facilidad. Un coche hibiera sido demaciado peligroso. El auto loco de fabricación caseraque utilizaba para bajar a toda prisa la urbanización, demasiado frágil. De esta manera nació la idea de un ataúd con ruedas.

Dediqué los meses siguientes a la preparación de mi nave. Cantrachapado de manera barnizada por fuera ; ropa de cama y cojines por dentro, bien confortable. Un estante pequeñito en el que dejar un libro de bolsillo y un paquete de galletas y contra el que chocar con la cabeza; agujeros de ventilación en el techo, como los de las cajas para animales dómesticos. Ruedas de BMX, piñon de bicicleta de carreras de diez velocidades en la parte delantera del aparato, sillín mullido y manillar ancho. Despues de muchos ensayos terriblemente desalentadores, en la primavera siguiente el aparato estaba listo al fin: rutilante, adorno con unas pegatinas de los pixies y unas nubes bastante mal pintadas.
Había llegado el gran momento de la marcha. Me alejé de la salida del pueblo y cuando pasé ante el cartel que indica la siguiente aldea, un escalofrío me recorrió la columna vertebral. Podia detenerme para dormir en cualquier lugar, incluso en un cementerio.

Mi ataúd rodante se reveló como un autentico imán para los curiosos. Hasta los viejos que decoran los bancos públicos me prestaban atención. Normalmente, aparcaba bajo un árbol, el capó de un coche, una marquesina; desplegaba mis alas de cartón y aseguraba que podía volar. Me caía, me hacía más o menos daño y terminaba el espectáculo tumbado en mi ataúd rodante. Jamás me presentaba ante el público sin mi mascara de El Zorro. Di con ella en una vieja tienda. La mascara me permitía vencer mis inhibiciones y consevar parte de un misterio algo ra cio. Nisiquiera me la quitaba cuando daba un beso.

Y así, presentando mi espectáculo de aldea en aldea, mi fama comenzaba a precederme. Aumentaba la afluencia de curiosos que me llevaban comida, apósitos y hasta libros. Me había impuesto una regla: nunca me quedaria mas de veinticuatro horas en el mismo sitio. Pasaba las noches cerca del lugar del espectaculo y en cuanto amanecía reanudaba el camino. Podía suceder que el cansancio y las malas caídas me dejaran postrado en el ataúd unas cuantas horas más, pero yo me aferraba a mi impulso. El flujo de libertad que corría por mis venas me hacía feliz. Mi mente parecía rejuvenecer cada día. Mi cuerpo, por su parte, envejecía a toda velocidad. Para satisfacer a mi público probaba con escenas cada vez mas arriesgadas. Bien pensado, que cosa tan extraña eso de alimentar el alma con el ruido de unas cuantas manos entrechocando. La gente me advertía, de un modo más o menos cariñoso, que corria el riesgo de no aguantar mucho tiempo ese ritmo. La lista de heridas y conmociones diversas se alargaba día a día, y mi espalda crujia como una tabl vieja y podrida.

No obstante, no me cansaba de los atajos, campos magnéticos, ni de otros campos que se entristecias al verme chocar contra los árboles. Mi cerebro es un disco duro lleno de crepúsculos disfrazados de auroras boreales, de zorros que cruzan la carretera como cohetes rojizos. Aquel modo de vida era una máquina de producir sorpresas. Caracoles pegados a la almohada, erizos escondidos dentro de mi cama, o aquella chica de aspecto gótico que queria dormir en mi ataúd. Y yo que le digo que por desgracia ahí adentro no hay sitio para dos. Y ella que va y me suelta que no tiene intención de dormir allí conmigo.
-------------------------------------------------------------        Y aquel nido de canarios rojos, que apareció una madrugada meticulosamente posado sobre mi cama.  alguno de los pajaritos murió mientras yo dormía, me quedé con los 7 que salvaron. Debí ser lo primero que vieron. y en cierto modo me convertí en su padre. Los llamé a todos Michel platini. Es una buena cosa tener muchos platini para formar un equipo. Muy pronto, Los Pajaritos participaron en el espectáculo. Siempre tenía alguna dentro de la manga. Los Canarios estaban aptitud a mis gestos y se posan sobre mis hombros cuando me desplomaba Lamentablemente. Estudiaba el movimiento de sus alas, sus  trayectorias. Me inspiraba en ellos. Dia a día me agudizaba mi atracción por el cielo. La bóveda Celeste me hipnotizaba; habría devorado las nubes.

durante la época en la que viaje en el ataúd rodante, me enamoré de los libros. A una parejita que acababa de regalarme uno, le expliqué cuando me emocionaba ese reparto de imaginario íntimo. Cada vez nos obsequiaban con más. Ante la falta de espacio y como no podía tomar la determinación de abandonarlos, decidí dejarlos a merced del destino. En el momento que termina un libro escribia mi opinión sobre el en la página en blanco que aparece al final de texto, precedia de la siguiente nota:《 si encuentra usted este libro, Lealo; cuando lo termine, escriba sus  impresiones, la fecha y el lugar donde lo hallo y déjelo bien a la vista de algún sitio de paso》 algunos de esos libros cogieron el tren, otros   empaparon con la lluvia. algunos se perdieron durante mucho tiempo y otros vivieron historia de amor con un bolso. incluso uno de ellos volv
io a mis manos con 7 anotaciones.

En lo sucesivo surque la carretera tan raudo y veloz que no tuve tiempo de verme envejecer. Pero llegó un momento en el que mi cuerpo empezó a quejarse, a reclamar una deuda. El sindicato de musculos paralizados se manifestó. al principio de una manera silenciosa luego los huesos empezaron a crujir. Y mis nervios de tensaron tanto que perdí  el sueño comprendí demasiado tarde que habría de vida aprender amortiguar mis caídas, también las involuntaria... Era consciente de que no podía seguir así pero no podía evitarlo. En cada espectáculo quería morir y renacer, ¡¡una cuestión de coraje!! por mucho que se activaran las alarmas, cantaba con mis fuerzas que no podía oírla y proporcionar el valor para arañar unos segundos más de eternidad.

Cuando llegó el invierno la logística de complicó.  dolorosas caídas el público escaseaba empezamos explicar las decenas peligros al margen del espectáculo un de derrape un acuerdo en la corva y se me pasa la escalera de una panadería pastelería 12 no lo aprovechan para escapar con los pasteles de chocolate y todo el pueblo creyó que la había hecho aposta eso se ve raro nada serán dental mente muchos besos derechos sobre otras portones inocentes tuve que iniciar el arte de la fuga hasta que me atraparon que el del frente de una escena es particularmente espantosa sube a con esfuerzo por un repaso bajo de aguacero el cielo encerraba el asfalto las piernas empezaron a ponerse rígido haciéndote que mi nave se iba hacia atrás el ataúd comenzó a coger velocidad me viene de la carretera en capaz de dominar la situación ruido de motor claxon explosión de chapa y contrachapado marino claxon olor a gasolina claxon vuelo de los Michel platini

metamorfosis en el cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora