Todo iba bien, hasta que ese imbécil la dejó.
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Como de costumbre, estaba recostada en la pared sobre mis acolchadas almohadas, leyendo manga con la música a todo volumen, cuando un WhatsApp me llegó.
Cuando lo vi llegar, no me pareció nada extraño; un simple WhatsApp de mi mejor amiga, un día lectivo, por la tarde : lo más normal del mundo. Es más, ya estaba esperando impaciente que ese mensaje llegara.
Deslicé la bandeja de entrada hacia abajo, sin saber que, una vez abriera el mensaje, mi mundo entero cambiaría.
-Eh... ¿QUÉ? - me quedé perpleja ante la pantalla del móvil, mirando el mensaje, releyéndolo una y otra vez, en busca de algo que me dijera que eso no era verdad.
> ¿Cómo que la había dejado? No era posible.
-No me gastes esas bromas de mal gusto. ¿No tuviste suficiente con la última vez que me dijiste lo mismo?
-No, Maiah. Esta vez no es broma.
Sentí que se me partía el corazón. A fin de cuentas yo era la culpable de todo aquello. Yo fui quien le insistió que saliera con él, que dejara de pensar en su ex, que el mundo seguía y que si sola iba a estar triste, era mejor que estuviera con un nuevo chico; uno que le prometió ser su 'príncipe verde'.
Esto no podía estar pasando. Era él el que decía que la amaba más que a nada. Decía que su amor era verdadero, que nunca dejaría de amarla. Decía que su amor sería para siempre... Decía y decía. Ese cabrón no dijo más que mentiras. Mentiras bonitas que ahora estaban haciendo que mi mejor amiga llorara.
Me dolía tanto haberle hecho esto.
La culpa de todo su dolor la tenía yo. Si tan solo me hubiese metido en mis propios asuntos... No, todo era culpa de ese gañán. Yo solo hice lo que hice por su bien. No podía verla tan sola como estaba; ansiaba un novio que la mimara y que llenara el vacío que su anterior novio había dejado. Pero se ve que no se puede confiar la felicidad de alguien tan preciado como una amiga, a un mierdas que diga cuatro tonterías sacadas de una cuenta de plagios ñoños de Twitter.
Nunca más iba a dejar la felicidad de mi amiga en manos de unos tarados rebosantes de feromonas que no pensaban en otra cosa más que en 'pillar cacho'.
A partir de ese momento, yo me iba a encargar de la felicidad de mi amiga. Nadie mejor que yo para hacerla feliz; para algo éramos mejores amigas. Era la hora de actuar haciéndola el doble de feliz que antes; ya llenaría yo el vacío que dejaron esos dos atontados.
-Tranquila Paula, mañana acabo con todo tu sufrimiento con solo un abrazo.
Y sin darme cuenta, ese día dejé de pensar de la misma manera.