1. Rutinaria mañana.

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Otro día en la capital mexicana, las siete de la mañana y un clima más bien templado, los bullicios de los móviles del asfalto y el porvenir urbano, trenes, aviones, anuncios y uno que otro florido grito, es posible escuchar cualquier cosa desde estos nada lujosos apartamentos de la ciudad, una serie de hogares uno encima del otro compilados en un sin número de edificios de ladrillo, desde oficinistas hasta microbuseros, cualquier persona podría vivir en este sector.

Una alarma anticuada de letras rojas me indica que el día ha iniciado, es momento de ser parte de una rutina que pareciera más bien milenaria, bañarse, tomar un café y usar el mismo traje holgado, una camisa blanca y una corbata que puede variar dependiendo del azar de mi mano cuando entra al cajón, obedezco resignadamente mi estilo de vida. Antes de salir de casa me dispongo a lavarme las manos, notando lo ásperas y gordas que son, es claro el descuido, decido alzar la cabeza para darme cuenta que no es una particularidad de mis palmas, mis mejillas en si se ven descuidadas, una piel que ha batallado contra el sol y cuyos origines rurales se hacen notorios, todos los días realizo intermitentes comparativas entre mi antigua vida y este nuevo modelo que prometía tantos lujos, es un constante enfrentamiento de ideas.

No es necesario caminar demasiado para tomar la ruta que me llevará a mi empleo, ese camión viejo que tambalea aparentemente sin sentido alguno, para alguien que lo abordara por primera vez, sin duda le parecería una experiencia aterradora. Al llegar me encuentro con Tomás, un compañero de trabajo, alto, cabello rizado, extrovertido que gusta de portar algunas vestimentas ajustadas, la camisa de manga corta que hace relucir el pecho y un brilloso diente con corona de oro, es gracioso imaginar a un oficinista de su edad en un intento de Don Juan careciendo de intuición pero derrochando fanfarronería. – Mira quien llegó, la misma cara de ánimo de todos los días- comenta Tomás con una sonrisa pícara que reluce su diente al ver mi porte pesimista, el comentario no me ha caído nada bien pero intento ser cortés saludándolo con la mano, el nota que mi gesto no es lo esperado y decide acercarse a dialogar: - ¿Qué sucede contigo chaparro?, no esperaba una actitud campante pero bueno, esto es mucho – menciona amablemente y con interés – Ya sabes lo mismo de siempre – contesto resignadamente a lo que el interrumpe: - Mira Juan, no me vengas con esas tonterías de tu pueblo, si no te la pasas bien aquí es porque no sales, no disfrutas de las cosas del DF y de las mujeres, empieza por eso – dice Tomás mientras aumenta su exaltación, decido que no quiero ahondar en el tema, así que le doy la razón para calmarlo, aunque cortas, sus palabras me han puesto a pensar sobre mi papel en la capital, probablemente este decaimiento no sea más que un consecuente de mi único enfoque en el trabajo.

El escritorio grande que cruje con la misma silla anticuada que rechina, todo esto forrado de montañas de documentos que seguro a nadie más le interesarían, como quiera son problemas y alguien tiene que resolverlos, ojalá fuera más hábil con la máquina de escribir, entre tanto usar el bolígrafo, para la hora del almuerzo suelen dolerme ya las manos. Volteo lentamente al gran reloj al fondo de pasillo, es una pesadilla pensar el tiempo que estaré aquí antes de que pueda comer algún bocado de comida. El jefe aquí es muy estricto y no hay permisos para salir ni abandonar el trabajo por un momento, a él solo le interesa verte escribiendo.

Luego de súbitas horas ha llegado el momento de tomar un almuerzo, pensar que aún tengo que volver otras horas a la oficina me hace sentirme atrapado. Como de costumbre salgo con Tomás a fumar un cigarrillo y leer el periódico, la mayoría prefieren comer fuera de las instalaciones, por tanto a estas hora la calle es un mar de señores frustrados que portan un traje. Decidimos ir a comprar el diario como de costumbre, el puesto no es muy lejano y en el camino dialogamos lo inconcluso de la mañana: - Te lo digo en serio Juan, tienes que salir a divertirte, el otro día fui con Luis a un lugar donde hay unas mujeres que ni te imaginas – me dice Tomás de forma pícara, - ¿Y luego que pasó? ¿Te quedaste sin comer un mes? – le contesto en tono de broma, a él no le ha parecido mi comentario, arruga la cara y contesta: -Pues bueno, cuando menos yo tengo algo que ver con una mujer, yo me divierto, pero tu ¿qué me puedes contar? – Yo vengo aquí por el dinero, allá en mi pueblo tengo a mi mujer y a mi chaparro – le contesto, sin duda el simple hecho de recordar a mi familia me ha dado un golpe ¿vale la pena estar aquí?, - No se tu Juan, pero quien te asegura que tu hijo no tiene nuevo papá, piénsale y aprovecha ahorita que puedes – me dice Tomás de forma seria, como si su consejo lo dijera por mi bien, como quiera decido no contestarle , volteo la cabeza al otro lado y decido seguir caminando. De vuelta a las afueras de la oficina me decido a leer el periódico en la banqueta, Tomás plática con otros compañeros engrandecido de sus fiestas.


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