Miró hacia el exterior y aún podía ver la silueta del paisaje desolador. El tiempo pasó y con él todo cambió, hasta los más pequeños detalles. A pesar del ambiente caótico, en su mente seguía incrédula a las terribles catástrofes que tuvo que presenciar. No comprendía por qué tuvo que vivir aquel desastre y tampoco quería llegar a provocarlo, solo deseaba que todo se acabara.
La situación por la que pasaba y el historial de su familia la estaban acorralando, obligándola a seguir el camino que trató de evitar por años. Ya no había salida, solo le quedaba unirse a la oscuridad para la cual fue preparada desde pequeña. Desde su niñez, toda tierna inocencia había sido extinguida por la frialdad de la muerte y la venganza que en su mente de niña le habían inculcado.
Oscuridad... Esa era la palabra que me definía. Felicidad era lo único que buscaba y de lo que siempre me privaron. Muerte... Es lo que he visto toda mi vida. Libertad es lo que estoy buscando.
No había quedado nada. El fuego había exterminado todo material y vida que se encontraba ahí. Ya estaba harta de tener que hacer esto, pero era la forma de vida de toda mi familia y por ende yo también tenía que hacerlo.
—Sam, es hora de irnos —dijo una voz interrumpiendo mis pensamientos.
Estaba tan absorta en ellos que tardé en volver a la realidad. No le presté mucha atención, ya que era uno más de los tantos inútiles que trabajaba para el viejo Harrison. Ya no había nada más que hacer ahí, todo estaba reducido a cenizas.
Me dirigí a mi preciada Harley-Davidson, me preocupé de que mis guantes de cuero estuvieran bien ajustados, me puse el casco y encendí la motocicleta. Aceleré al máximo, lo único que quería era huir de ahí. El viento chocando contra mi cuerpo y la gran velocidad hacían que dentro de mí un enorme dolor apretara mi pecho. La angustia no cesaba.
Sus ojos reflejaban mi silueta y en ellos estaba el miedo. Apreté el gatillo y después de un suspiro sus pupilas no reflejaban nada... Esa imagen no salía de mi mente, y solo había una forma de quitar este sentimiento. Viré hacia la derecha en dirección a mi lugar favorito.
El gimnasio SmartFit ha estado en la calle Sunset Valley desde hace más de dos décadas. Era una niña cuando debía acompañar a mi hermano mayor a este viejo lugar. No lo hacía porque le gustaba pasar tiempo conmigo, claro que no, yo era el estorbo y la persona olvidada de la familia.
Dejé mi vehículo afuera y entré al edificio con paso acelerado e imponente. En la mesa de atención se encontraba Jimmy, que había comenzado a trabajar hace un mes acá.
No lo miró ni lo saludó, caminaba rápido y su mirada iracunda hacía que todo el entorno pareciera tenso. Jimmy ya estaba acostumbrado a presenciar esta actitud en Samantha, sabía que ella era diferente a las chicas que iban regularmente al gimnasio. Él podía notar la oscuridad que la rodeaba y que esos ojos grises no mostraban el brillo característico de la vida. Sobre su vida sabía muy poco, pero de vez en cuando charlaba con ella cuando estaba de buen humor. Sin embargo, alegre o furiosa, sus respuestas siempre eran cortantes.
Sam se dirigió hacia los casilleros y se quitó los guantes y la chaqueta. Debajo de esta última vestía una camiseta que dejaba descubiertos sus brazos, su delgado cuello y el principio de su pecho. Puso sus cosas en el espacio vacío y empolvado para luego cerrar con fuerza la pequeña puerta. El ruido entre metales quebró algo en su interior dejando escapar memorias perturbadoras y amargas. En su corazón pareció sentir que algo lo atravesaba, tal como la bala que una vez exterminó su felicidad al matar a quien amaba.
Su recuerdo generó que el odio que sentía hacia él floreciera y con esto en mente se dirigió al sector de boxeo. Al frente del saco desató toda su furia sin prestarle atención a lo que ocurría a su alrededor, para Samantha solo existía el saco y en su mente aparecían imágenes que ella deseaba olvidar. De un momento a otro ya no veía el saco, sino que lo veía a él, esa persona que destruyó su vida y su todo. Tenía el rostro sombrío, la miraba con odio y adoptó una pose desafiante. Surgió en él una sonrisa malévola, la cual Sam detestaba. Era esa expresión que siempre ponía cuando ella debía hacer los encargos en contra de su voluntad.
Comenzó a golpear más fuerte para borrar aquella mueca que tanto odiaba. Desquitó toda esa rabia contra Harrison por todos los años que sufrió y que la seguían atormentando. Cuando volvió a la realidad el viejo ya no estaba, Sam solo veía un saco manchado de sangre. Eso llamó su atención y se percató de que no solo el saco estaba sucio, el suelo también tenía unas gotas. En las manos sintió un ardor que fluía como rojo vivo a través de ellas lenta y dolorosamente.
La sangre ya no era novedad para ella. Después de haber visto tantas cosas, este fluido no le provocaba absolutamente nada. Pero lo preocupante era que por primera vez la sangre que veía escurrir era suya. Decidió ir al camerino con la intención de curar sus heridas. Allí habían unos cuantos lavamanos en su mayoría en malas condiciones. El goteo de las llaves era constante y retumbante, interrumpiendo el frágil silencio que pendía únicamente de sus emociones.
Se acercó indecisa al lavamanos más pulcro y abrió la llave. Puso sus manos temblorosas bajo el agua que cada vez se ponía más fría, sacó de su bolsillo trozos albos de género y los puso con cuidado en sus manos sangrientas. Poco a poco el blanco se fundió con el rojo, y la pureza que antes destacaba en la tela fue arrebatada por el color carmesí brillante de su sangre.
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Atrapada en mi oscuridad
RomanceEn plena juventud, Samantha ha visto y vivido cosas horribles toda su vida. Trabajar para la mafia es su profesión porque las circunstancias se dieron así, y es la mejor dedicándose a esto. Sin embargo, ella odia este oficio y busca un cambio radica...