siete.

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Son las 4:30 de la mañana y aquí estoy. Sentada, en la cama con todas las luces apagadas, por miedo a ver algo que me haga más llorar. Hablando contigo como si todo fuera bien, como si todo lo que sentí por ti en su día hubiera desaparecido. Como si esos besos entre tu y yo nunca hubieran existido. Me cuentas, feliz, que estás muy bien con aquella chica, a pesar de sus brotes de celos, y de sus opiniones respecto a la manera de llevar una relación, que de hecho, son completamente distintas a las tuyas. Dices que la quieres . Pero estás cegado, por la novedad, por la necesidad, que no te das cuenta de que a mi, por mucho que lo disimule, me duele como veinte cuchillos en la espalda, clavándose uno a uno mientras te digo lo mucho que me alegro de que finalmente hayas encontrado alguien que verdaderamente merezca la pena, alguien que sea capaz de quererte todo lo que te mereces, alguien que te abrace por la espalda y que te pida cosquillas a todo momento del día, y espero que a ella le den esos escalofríos cuando la toques, y que le brillen los ojos de tal manera que casi te ciegue. Ojalá te logre querer de la manera que lo hago yo a diario. A miles de kilómetros, en silencio, o a gritos en mi cabeza. Ahora me dices que soy la mejor y que me quieres, pero lo que no sabes, es que yo sí te quiero... Pero de verdad, de verdad pura, con defectos incluidos y cosquillas, también. Y con lágrimas, muchas.

Pequeños demonios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora