Solo eramos tú y yo.
Sentados en aquella cafetería que adoro, conversábamos de cosas sin sentido mientras bebíamos café. Tú le echaste tres sobres de azúcar y yo te miré raro una vez más, odiaba el café dulce. Tú siempre lo pedías con más leche que café, y yo siempre lo pedía con más café que leche. Levantaste la mirada y me sonreíste de lado, clavando tus ojos en los míos.
Mi corazón se detuvo.
Esa sensación era desconocida para mí. Nunca había sentido nada igual, no me desagradaba, pero me daba miedo. Balbuceé un par de palabras y tú te reíste, amaba el sonido de tu risa. Comencé a reír también, pero no estaba segura del por qué. Tomaste mi mano y fue como si tocara el cielo, quise aferrarme a ti pero no lo hice. La aparté rápidamente y abriste los ojos sorprendido. Te ruborizaste y para ocultarlo bebiste de tu café, creíste haber cometido un error y yo también pensé lo mismo. Quería salir de ese incómodo silencio que se había formado entre nosotros.
Jamás había oído un silencio más ruidoso.
Saqué un tema al azar pero sin mucho éxito, no parecías escucharme. Intenté seguir hablando pero alzaste una mano y me silenciaste. Sorprendida, me quedé a la espera de que hablaras. Hiciste una pausa para armarte valor y finalmente me dijiste lo que sentías por mí y me preguntaste si sentía lo mismo que ti. Me asusté, fue horrible. Tus ojos se clavaron en mí buscando una respuesta y, finalmente cuando te la di, me limité a decirle "No siento nada por ti".
Fue el peor error que cometí en mi vida.
