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Esta historia comienza con la primera, y no última, nevada del año.

Tenía el pelo fino y seco, atado con una goma elástica en la nuca. Era negro como la noche que la envolvía, negro como un universo sin estrellas.

Empezó a nevar cuando las campanas de la iglesia repiquearon doce veces seguidas. Y desde lo alto del puente, vio toda la ciudad. Estaba inmersa en la penumbra y entonces pensó que justo en ese momento alguien estaba dando a luz y que alguien estaba muriendo. Ya no nacerían o morirían el día de antes, porque se había acabado y había empezado otro nuevo día, que también se iba a acabar en el trascurso de las horas.

Empezó a desnudarse. Primero el jersey de lana rojo que tenía desde los siete años, luego las botas y los calcetines seguidos por los pantalones. Lo tiró todo a un lado de la carretera y se tumbó en el arcén en tan solo su ropa interior. Seguía mirando a la ciudad dormida a través de las rendijas del puente, pero apartó la vista cuando la sensación fue abrumadora. Miró entonces al cielo. La Luna brillaba ausente a lo que pasaba abajo, era tan solo una rendija de luz que le permitía ver cómo los copos de nieve caían en una danza silenciosa. Los que caían encima de ella se derretían nada más tocar su piel, y al otro lado del mundo una persona moría y otra nacía. Los que caían a su alrededor se amontonaban unos tras otros, unos tras otros como ceniza después de un fuego. Se ensuciaban porque la carretera conservaba aún la suciedad de toda una semana de trascursos de vehículos sobre ella. Ella esperaba que no pasara ningún coche en ese momento porque si no la atropellaría, y no quería morir atropellada y esparcida por el asfalto. Cerró los ojos y sintió como los copos dejaban de derretirse cuando se posaban sobre ella. "Espero que esté salvando vidas con esto" pensó. Ya no sentía frío. Cómo sentir frío si no sentía nada. Aunque su cuerpo la traicionaba. Tiritaba convulsamente, y los labios empezaban a tonárseles azules. Los dedos de los pies y de las manos empezaron a congelarse también, pero ya no tiritaba. Ahora sentía calor, y pronto no sentiría nada. Pero estaba a gusto viendo caer los copos de nieve sobre ella como si le estuvieran construyendo un ataúd de hielo como a Blancanieves.

Volvió a cerrar los ojos.

La oscuridad se la tragó de golpe y ya no puedo volver a abrirlos. 




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