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Estaba inmersa en un sueño intranquilo, como el que tienen los niños pequeños cuando por primera vez duermen en una cama tras tanto tiempo en una cuna. No sabía dónde estaba, ni quién hablaba.

¿Acaso estaba en el Cielo y escuchaba las voces de sus difuntos padres? ¿O eran ángeles?

No. No podía ser eso. Dudaba que fuera al Cielo, más bien estaba destinada a ir al Infierno.

Tenía frío. Un frío que parecía que llevaba con ella una eternidad. Intentó llevarse las manos a la boca en un intento infructífero de calentárselas con el aliento. No las pudo mover. Y cuando lo hizo notó como sus dedos estaban envueltos en gasas. Escuchó abrirse una puerta y el sonido de pasos lejanos, y voces aún más lejanas.

-¿Crees que está bien?- decía una voz familiar.

-¿¡Cómo va a estar bien!? Casi muere de hipotermia, tonto.- respondió una voz aún más conocida.

-Es que sólo... no me lo puedo creer. Parecía estar bien, ¿a que sí? Quiero decir, siempre estaba en su mundo y nunca escuchaba nada de lo que nadie le decía...

-No hables en pasado, sigue estando viva.

-Pero no sabemos si va a despertar. Mírala, está cubierta en mantas y sigue estando blanca como un fantasma.

-¡Claro que va a despertarse! Serás...

-Lo siento chicos, el horario de visitas se ha acabado.

-Constantes normales. Pulso bajo y baja tensión arterial. Casi pierde cuatro dedos de las manos y siete de los pies. Índice de masa corporal bajo. Está rechazando todo el alimento que le introducimos por vía intravenosa.- decía la voz de un hombre que parecía encontrarse a tres kilómetros.

-Temperatura corporal de 35.3º C. Muy baja aún. Le diré a una enfermera que traiga más mantas. Pero si no pone de su parte, todo esto no servirá para nada y...

-Por favor. Por favor, despierta. No soy nada sin ti. No me puedes dejar de esta manera. Por favor. Por favor, despierta.

Recordó cuando una vez, en una de las nevadas de enero, salió a pasear por el vecindario. No llevaba más que unos pantalones vaqueros (que estaban rotos a la altura de la rodilla, además) y una camiseta. No se entretuvo en coger unos guantes y un gorro.

Solía bromear con sus amigos de que ella nunca tenía frío, porque nació cuando caía sobre la ciudad la tormenta de nieve mayor conocida en la historia del mundo, y eso sólo podía significar que ella era hija de la tormenta. Por eso nunca había conocido a sus padres. Sus amigos, con la crueldad que solo los niños pequeños tienen, le dijeron que eso era mentira, que sus padres la tiraron en la calle cuando vieron lo fea que era. "¡Mentirosos! ¡sois unos mentirosos! Lo que tenéis es envidia porque yo salgo en invierno con la ropa que me da la gana y vosotros parecéis ovejas detrás de tanto abrigo!" Los niños dejaron de hablar con ella de ese tema. Y como nunca hablaba con nadie sobre eso, empezó a pensar que era una chica de hielo y que todos los demás simplemente la odiaban.

En su vecindario (uno con casas todas del mismo color y de una sola planta) no había ningún niño, por lo que se vía siempre obligada a jugar sola. No cuando nevaba, por supuesto. Fue a un parque que estaba dos calles más abajo y que sólo tenía dos columpios y un tobogán. Allí fabricaba sus muñecos de nieve a los que le ponía nombres de niños que se metían con ella en el colegio, y luego los destrozaba a patadas. "Tomad eso. Ahora sabréis quién manda aquí", gritaba con cada patada.

Fue en ese parque también donde le dieron su primer beso.

Estaba enamorada del chico más malo del colegio, que por otro lado, nunca la había insultado.

Coincidieron un día en el parque cuando ella estaba tumbada en la nieve. Tenía los brazos extendidos a sus costados y los pies juntos. Los abría y los cerraba haciendo una figura en el suelo. No entendía cómo la gente decía que eran ángeles de nieve. Más bien parecían princesas con vestidos y capas. Resulta que notó como la nieve se hundía a su lado, y cuando giró la cabeza lo vio a él. Haciendo princesas de nieve también.

-Levántate ya- dijo el chico de doce años-, tienes la camiseta empapada y seguro que ya estás resfriada.

-Nunca me resfrío- dijo la niña inexperta, aunque se levantó junto a él.

Se sentaron en el único banco que había en el parque. Nunca habían hablado en la vida real, así que sobre ellos cayó un silencio incómodo.

-Oye...- la voz ronca del niño dijo, casi susurrando- ¿te puedo preguntar algo?

-Mmm... sí. Supongo.

Se empezó a poner colorada, más aún de lo que estaba, porque creyó en ese momento que sus fantasías se iban a cumplir, y que él le pediría ser su novia. Así tendría a alguien para protegerla de los niños malos en la escuela. ¿Quién mejor para eso que el chico malo? Tenía los ojos azules claros como el cielo, y tenía el pelo muy rubio. Pero no era eso lo que más le gustaba de él. Eran sus manos, grandes para pertenecer a un niño tan pequeño. "Seguro que esos puños pueden competir con monstruos" pensaba mientras las admiraba.

-Me estaba preguntando si... esto... ¿Es verdad lo que dicen por el colegio?

-No te entiendo...

-¿Es verdad que mataste a tu madre cuando naciste?

El color dejó sus mejillas.

Se levantó del banco, dispuesta a irse sin siquiera dedicarle al chico que acababa de romper su corazón una mirada de desprecio.

Pero entonces notó unos labios sobre los suyos. A través de sus ojos abiertos pudo ver los del chico, cerrados, y sus cejas rubias fruncidas.

"Para. Para" dijo entre sus labios. Intentó morderle, tirarle del pelo y darle una patada en la entrepierna. Pero nada funcionaba. Esas grandes manos la tenían sujeta por los hombros. Al parecer, confundió su resistencia con gestos de pasión. Cuando estaba dándose por muerta, porque el niño no dejaba que respirara siquiera, él despegó los labios de los suyos.

-Wow... eso ha sido...- y se vio callado por un tortazo que recibió en la mejilla. Le había dejado la mano escocida de lo fuerte que había sido el impacto, pero mereció la pena cuando vio la marca en su cara de cinco dedos rojos. Enfurecido por el daño que había recibido su orgullo, el chico empujó a la niña al suelo. Se dio un golpe en la cabeza con el banco, y empezó a brotarle sangre de la herida. El niño salió corriendo dándola por muerta. Sólo los dioses saben cómo consiguió llegar a casa de su abuela.

Al día siguiente un rumor se había propagado por la escuela. Al parecer ella había obligado a Mateo (pues era así cómo se llamaba el niño) a besarla. Y cuando él retrocedió cuando no se sintió a gusto con la situación, ella, siendo el animal patoso que era, se calló de cabeza a la nieve. Fue chiste durante una semana hasta que encontraron algo mejor de lo que reírse: un niño que aún se hacía pipí en la cama. Al pensar en esto años después, se sintió culpable ya que ella también se rió del chiquillo. ¿Por qué no reírse cuando todos se reían de ella?

Desde la cama del hospital, despierta pero sin querer abrir los ojos, pensó con gran pesar: "Ese no sólo fue el día en que me rompieron el corazón por primera vez. También fue la primera vez que un hombre, un niño de doce años, la tocaba sin su consentimiento"


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⏰ Última actualización: Jan 11, 2016 ⏰

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