Parte I: Pobre y con mucho amor.

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Karen miraba fijamente el aparador de la nueva tienda departamental. Su atención estaba concentrada únicamente en el par de zapatos rojos que esta mostraba. Eran lindos y delicados, justo como siempre los había soñado.

De niña siempre había deseado un par igual pero debido a su condición económica nunca había podido poder comprarlos. Y todavía seguía sin la oportunidad de hacerlo.

Otro de sus secretos era que cada vez que veía a una chica con ese tipo de zapatos no podía ocultar los celos que caían en ella. Sabía que tenerlos estaba mal pero no podía ocultarlo.

A sus 15 años Karen era una chica un tanto menudita pero que lo recompensaba con su altura. Aunque no contaba con mucho dinero vivía muy feliz al lado de su madre. Esta era una mujer con una gran dulzura y bondad que Karen nunca se sintió capaz de pedirle su mayor anhelo, los deseados zapatos rojos. Sabía que debido a la condición de su madre no podían permitírselo, ya que esta se encontraba, literalmente, al borde de la muerte.

En los últimos cinco años habían vendido prácticamente todas las cosas con las que contaban, casa, estufa, refrigerador, joyas, todo, para poder pagar los medicamentos que su mamá necesitaba para alargar su vida, ya que el cáncer le consumía muchas fuerzas y energías para vivir.

Lo único que conservaba era un pequeño celular que le servía únicamente para recibir y hacer llamadas, y esto porque no podía estar siempre al lado de su madre, como en estos momentos, así que le había pedido a una vecina que cada vez que su madre se sintiera mal le marcará inmediatamente a ella.

Doña Petri era una mujer que vivía al lado del pequeño cuartucho que ellas rentaban, cuando se hallaba en su departamento no paraba de darles comida y mantas, poniendo la excusa que ella ya tenía muchas más. De seguro sentía pena por ellas pero Karen tampoco podía darse el lujo de rechazarlo.

Apartando a un lado sus pensamientos vio por última vez los lindos zapatos y soltó el aliento.

Otro día- pensó- otro día.

Justo acababa de dar la vuelta cuando su teléfono sonó.

-¿Bueno? ¿Doña Petri? – contestó Karen notando como su voz subía cada vez más de tono.

-¿Karen? Querida, tu mami está preguntando por ti. Dice que ya te atrasaste quince minutos. Y aquí entre nosotras, se ve muy acelerada.

-Dígale que no se preocupe doña Petri. Ya voy para allá. Me entretuve buscando más lugares para pedir trabajo. – La voz de Karen se relajo al mismo tiempo que su cuerpo hacia lo mismo.

-Sí, mi niña. Ahorita le digo. Nada más apúrate.

-Claro, ya voy.

Alrededor de veinte minutos después Karen llegó toda sudada a su departamento. El lugar donde antes se había encontrado no quedaba muy lejos de su casa. Y pudo recuperar el tiempo que se había tardado corriendo.

Abriendo lentamente la puerta de su departamento Karen oyó la voz de su madre.

-Bebe, ¿Ya llegaste?

-Sí, mamá. ¿Te preocupaste? Te juro que no era mi intención tardar mucho pero ya ves. Nada más no encuentro trabajo.

Cuando se acercó a su madre se encontró viendo una escena en la cual ella tenía unas pequeñas lágrimas resbalando de sus flacas mejillas. Con mucho cuidado Karen se las quitó y le preguntó con voz afligida.

-¿Mama? ¿Por qué lloras?

-Mi querida Karen, todo es mi culpa.

-¿De qué?

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