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Ella voltea su cabeza, me mira a los ojos y sonríe. ¿Ella me vio? ¿Sabe que la estoy siguiendo? De todas formas sigue avanzando igual que antes, al mismo ritmo, al mismo par.
Dobla en una esquina y el viento sacude sus cabellos, logrando que rocen mi rostro, pero no los siento.

El lugar de tierras humedas, donde en primeras veces se viene triste y, luego, con las ganas de visita a alguien de físico hundido, pero espíritu libre, es donde ella entra.

Se detiene en una de las piedras, la acaricia y pone en ella una flor guardada en su bolso. Yo sólo la miro.

"Has estado demasiado tiempo cuidandome, salvándome de posibles muertes. Me costó comprenderlo, pero se que eres tú. Te pido que dejes de hacer lo que yo no pude hacer por ti."

Una lágrima cae por sus rosadas mejillas y también por las mías.

"Es tiempo de que te vayas y descanses"

Vuelve a acariciarla para luego irse a paso rápido. No la sigo, no quiero hacerlo. Mi vista está nublada por las lágrimas que la consumen.

Me acercó y leo con dificultad el nombre.

Ella nunca fue la mariposa, yo lo era.

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