Un fuerte vendaval acariciaba su rostro. Sus labios carmesí temblaban con frenesí. Sus dientes irremediablemente, repicaban, al son del tempo que llevaban sus pasos. Y sus ojos cansados buscaban con desespero una travesía entre la nieve espesa de diciembre. Dos noches y dos días perdido en la nada, entre la niebla y la taiga, sin asimilar aún lo ocurrido. Creía que el aislamiento curaría todas sus heridas. Que si se alejaba de ello, se olvidaría. Qué equivocado estaba. Estas aún sangraban. Tenia que buscar una solución inmediata al problema. No podía compartir más tiempo hábitat con tal arpía. Estaba harto de ser censurado para hacer cualquier acción a placer, dolido por el comportamiento que ella ejercía sobre él. Tenía muchas ganas de librarse de ese ser humano a cualquier precio. El método no tenía importancia si al final alcanzaba su objetivo.
Aún era reciente el recuerdo del momento de su huida. Una fuerte discusión había despertado el furor de los dos contendientes. Él había vuelto a las dos de la madrugada, con la mirada ausente y haciendo eses de camino hacía el salón. Un aliento que despertaría al cementerio entero se escapaba de las comisuras de su boca. Ella llevaba toda la noche esperándole, cada pocos minutos dando caladas a cigarrillos envueltos en productos de dudosa legalidad. Nada más cruzar nuestro protagonista la entrada de la casa, todos dos llegaron a su punto clímax. Era inevitable que el drama no se desencadenara. Comenzaron a pelearse verbalmente. Pero uno de los dos se precipito. Ella. Después de un golpe contundente dirigido a su cara, el chico marchó decidido hacía su habitación. Una lágrima escondida se deslizaba saliendo de sus ojos. Aunque había salido de la escena del enfrentamiento, los gritos agudos y fuertes de la mujer continuaban resonando en las paredes de su dormitorio. Aún era presente la picor y el enrojecimiento en la mejilla producidos por la cachetada dada sin resentimiento por su contrincante sin ningún tipo de consideración. Sacó de su armario una maleta de piel que ya tenía llena de roba y provisiones. Sabía que el asalto definitivo era próximo y cuando sucediera no quería perder más tiempo en tal tóxica morada. Por eso la tenia ya preparada. Cogiendo con su mano libre el mechero que reposaba en su escritorio (lo necesitaría para calmar su ansiedad), dio una fuerte pero escueto abrazo a su perro que dormitaba en una especie de cama, y volvió a la planta baja donde la chica continuaba soltando una retahíla infinita de chillidos e insultos. Y sin despedirse, dio un portazo y salió del pandemónium que había montado su madre.
Y ahora, después de revivir en su mente esa noche por enésima vez, fijó una meta. Tenía que volver a su hogar. Pero antes tenía que salir del bosque en el cual se había sumergido.
La eterna noche comenzó a desparecer bajo los contundentes rayos de luz que enviaba el sol. Llevaba ya una cincuentena de minutos caminando en línea recta, pensando que en algún momento llegaría a la civilización. Conforme avanzaba, comenzó a notar como la nieve desvanecía bajo sus pies, hasta que alzó su cabeza y vio un paisaje completamente cambiado y destrozado por el hombre. Una autopista cortaba por la mitad la vegetación. Punto positivo, todos los caminos llevan a Roma. Así que sin pensárselo mucho, enfiló el asfalto, que iba en perpendicular a la sendera seguida anteriormente.
Ningún vehículo pasaba por la carretera. Aún copos de nieve se paraban a descansar en su cuerpo, antes de cambiar de estado y comenzar una nueva aventura homérica. Un anorak no era suficiente para mantenerse caliente en un temporal como este. Y cuando ya comenzaba a nublarsele la vista por la hipotermia, vio como se dibujaba una edificación delante suyo. Con las fuerzas renovadas delante de la perspectiva de encontrar a alguien, en poco tiempo llegó al edificio. Era una gasolinera. Una sonrisa emergió de su pálido rostro. Mejor establecimiento no podía encontrar. Entró en la tienda. Él siempre había tenido la incógnita de saber por qué se vendían todo tipo de productos en un lugar dónde se suponía que se tenía que llenar tu transporte de gasolina y ya. Misterios que nunca se resolverán. Después de pedir indicaciones al dependiente para volver a su ciudad, salió con un barril de dos litros por la puerta corrediza. Y volviendo al borde de la autopista, dos horas más pasaron caminando hasta que estableció contacto humano de nuevo. Esta zona ya le era familiar. La Luna volvió a ganar su interminable lucha al Sol, y las farolas se encendieron iluminando el paso del desventurado.
Y por fin llegó al maldito lugar. La venganza y el rencor tenían sus iris mientras observaba la casa. A medianoche, ya todas las luces estaban apagadas. Comenzó a esparcir el líquido del barril en los puntos claves de la casa, hechos de madera y al suelo de las entradas y salidas de la construcción. Y después sacó el utensilio imprescindible. Sin dudarlo un segundo, encendió el mechero y prendió todos los puntos manchados de gasolina. Unas llamas altas y potentes aparecieron alrededor del edificio. La temperatura ambiental subió peligrosamente. Poco a poco, estas llamas adentraron dentro de la casa, a través de pequeñas oberturas y resquicios y se extendieron rápidamente. El chico se quedó mirando la escena maravillado. Todo en ese instante era bello. Sonreía descaradamente. Y un grito de agonía surgió de la habitación de la ala oeste. Y humo negro empezó a ocultarlo todo. Intoxicado o quemada, estaba ya convencido de que la muerte de su madre era ya un hecho. Era inevitable, ninguna persona se daría cuenta de tal atrocidad, simplemente su hogar estaba muy alejado de los demás. Y con una felicidad nunca antes poseída, comenzó a correr, contra más lejos, mejor. Mientras huía, unos inconfundibles ladridos de penuria y dolor de un perro, impregnaban la negra noche.