4 de Mayo:
Salimos de Munich el 1 de mayo. El tren llego a Viena a la mañana siguiente,muy temprano,y luego paso Budapest, que, a juzgar por lo que pude ver desde mi ventanilla, parece un lugar maravilloso. A la caída del sol llegamos a Klausenburg, Transilvania, donde me quede a pasar la noche.Antes de salir de Londres hice algunas averiguaciones sobre Transilvania. Me parecio mejor saber algo acerca de la región antes de iniciar tratativas comerciales con un noble del país. No pude encontrar el Castillo Drácula en ningún mapa, pero descubrí que Bistritz -la ciudad mencionada por el Conde en su carta- es un lugar de gran renombre. Esa noche no dormí bien, a pesar de que mi cama era muy cómoda. Tuve toda clase de sueños extraños, y un perro estuvo aullando bajo mi ventana hasta el amanecer.
El tren partió temprano a la mañana siguiente y durante todo el día vimos pueblos pequeños y castillos en las cimas de escarpadas laderas. Cuando por fin arribamos a Bistritz estaba anocheciendo. Fui directamente al Hotel Golden Krone, tal como había pedido el Conde Drácula. Evidentemente me estaban esperando, porque una anciana con traje de campesina me dio la bienvenida y en seguida me entrego una carta...
Cuando le pregunte a la dueña del hotel si conocía al Conde Drácula, hizo la señal de la cruz y se rehusó a seguir hablando. Pero justo antes de mi partida vino a mi cuarto y dijo con frenesí histerico:
-¿Debe usted ir?¡Oh, joven Herr!¿De verdad debe ir alli?¿Acaso no sabe que es la víspera del día de San Jorge y que esta noche, cuando el reloj de las doce, todas las fuerzas malignas del mundo gozaran de la plenitud de sus poderes?
Le dije que tenia compromisos comerciales y que, desde luego, debía ir. La mujer se quito el rosario y lo puso al rededor de mi cuello.
Escribo esta parte del diario mientras espero la diligencia. El rosario todavía cuelga de mi cuello. Acaso sea el pánico de la anciana, o las numerosas leyendas de fantasmas que se recuerdan en este lugar; acaso sea el crucifijo mismo. No se, pero no me siento tan sereno como de costumbre. Si este diario llega a las manos de Mina antes que yo, que sus paginas le transmitan mi adiós. ¡Ya llega la diligencia!
Cuando subí a la diligencia vi que el cochero hablaba con la dueña del hotel. Los escuche repetir ciertas palabras, como Ordog -Satán- y vrolok -hombre lobo o vampiro-. Luego el cochero hizo restallar el látigo y partimos.
El camino era escarpado, pero parecíamos querer sobrevolarlo con una urgencia febril. Mas allá de las sierras verdes y ampulosas se erguían poderosas cuestas cuestas cubiertas de bosques, hasta que al fin llegamos a las primeras estribaciones de los altos Carpatos. A medida que avanzábamos por ese camino interminable, y cuando el sol se hundía cada vez mas a nuestras espaldas, las sombras de la noche comenzaron a envolvernos sigilosamente. Había muchas cruces de piedra al costado del camino, y cada vez que pasabamos junto a una mis compañeros de viaje se persignaban.
Cuando oscureció por completo los pasajeros comenzaron a inquietarse y le exigieron al cochero que redoblara la velocidad. Entonces las montañas parecieron cerrarse como una tormenta sobre nosotros: acabábamos de entrar al Paso del Borgo. Parecíamos ir volando; el cochero se había hechado hacia adelante como un águila y los pasajeros escrutaban ansiosos la impenetrable oscuridad. Por fin, vimos que el paso se habría hacia el este. Yo mismo mire por la ventana. Buscaba el carruaje del Conde, a cada instante esperaba ver el resplandor de sus faroles en las tinieblas de la noche...pero todo estaba oscuro. Cuando comenzaba a preguntarme que me convenía hacer, los caballos empezaron a relinchar, resoplar y cocear desesperadamente. Entonces, en medio de un coro de gemidos de los pasajeros, un carruaje tirado por cuatro caballos comenzó a seguirnos, veloz como la furia, nos alcanzo y se puso a la par de nuestra diligencia. El cochero tenia una larga barba marrón y llevaba un enorme sombrero negro que parecía ocultar su rostro. Solo alcance a ver el destello de un para de ojos muy brillantes, que me parecieron rojos a la luz de la lampara.
-Dame el equipaje del Herr- dijo el extraño cochero. Sonrió al pronunciar estas palabras, y la mortecina luz del farol ilumino en su vaivén una boca dura de labios rojos y dientes afilados, tan blancos como el marfil. Me ayudo a subir a su carruaje tomandome del brazo con puño de acero. Sin decir palabra sacudió las riendas, los caballos dieron media vuelta y volvimos a hundirnos en la tenebrosa oscuridad del Paso del Borgo.
Intrigado, encendí un fósforo y a luz de la llama mire mi reloj. Era casi medianoche. Espere y el suspenso pesaba en mi corazón como una enfermedad.
Entonces, desde las montañas que se erguían a ambos lados del carruaje, me llegó un coro de aullidos potentes y agudos: eran lobos. El cochero agitó los brazos, como si estuviera apartando algún obstáculo invisible, y los lobos retrocedieron y desaparecieron. Continuamos subiendo, ahora en la mas completa oscuridad porque las nubes habían ocultado la luna. Finalmente me dormí, consumido por el miedo.