Prólogo

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Se quedó ahí, petrificado, bajo el marco de la puerta de su apartamento.

No podía creer lo que veía.

Su pareja, el único amor de su nueva y actual vida, estaba desnudo, besando y acariciando el cuerpo de otro hombre en su sofá.

El dolor le arrolló, paralizándole. Sin ni siquiera poder pestañear, observó la sórdida escena, abrumado, con el aire de sus pulmones colisionando y su corazón latiendo con esfuerzo, pidiéndole incesantemente que se marchase por donde había venido y dejara de torturarse.

Al parecer, ninguno de los dos hombres enredados en su sofá se percató de su presencia. Continuaron así, besándose, restregándose el uno contra el otro para su mortificación. Su amante, totalmente entregado, tumbado sobre Loki, estaba demasiado concentrado en morder, lamer y tocar, de esas maneras tan especiales que tenía de hacerlo; tal y como lo hacía con él.

Se preguntó entonces qué pasaría a partir de ese instante, qué sería de todo lo que tenían, de ambos. Cayó en la cuenta de que, quizás, esta no era la primera vez que lo engañaba.

En realidad, nunca hablaron sobre el tema, oficialmente. Sin más se habían dejado llevar y habían empezado a comportarse como si fueran pareja; él no necesitaba una definición. Vivían juntos, compartían cama todas las noches y se amaban. Bueno, al menos, él lo amaba. Y ahora, lo miraba con los mismos ojos que lo miraba todas esas noches antes de dormirse a su lado; pero con un sentimiento diferente, roto.

Vio los dedos del asgardiano enredarse en el despeinado y sedoso pelo castaño que tantas veces él mismo había jalado con absorbente pasión y los celos recorrieron sus venas provocando una emoción insostenible. Loki, el que ahora tenía el privilegio de disfrutar del estimulante cuerpo del hombre de su vida, se colocó encima de éste y aprisionó su garganta mientras lo masturbaba embravecido con la otra mano.

El obsceno gemido que soltó Tony le caló hasta los huesos.

Steve quería vomitar.

Cerró los párpados con fuerza para no verlo, para poder contener las lágrimas que amenazaban con huir de sus ojos azules. Era injusto, había luchado mucho por conseguir congeniar, por conseguir que Tony aceptara finalmente todos sus sentimientos y se involucrara con él en algo más que en maravillosos encuentros sexuales. Y cuando por fin eran felices, sin ataduras ni prejuicios, sólo dos compañeros cuidándose mutuamente, queriéndose y saboreando la vida juntos, Tony Stark le hacía algo así.

Le era infiel.

Apretó cada uno de sus dedos y sus manos se convirtieron en dos puños, pálidos, vibrantes. Le temblaron los brazos. La furia le inundó tan repentinamente que el nauseabundo vacío que le gobernaba el estómago se llenó de ira, de una convulsiva decepción.

Esperó, envenenado, que el portazo les hiciera reaccionar.

Mala Influencia. (Stony)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora