"Capítulo 1: Se fue."

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Vi cómo se alejaba y no volteaba a verme con su sonrisa que me estremecía y me hacía soñar con las estrellas. Yo inmóvil y torpe, temblaba y no sabía sí lo hacía porque estábamos a menos de 15°C, o porque no resistía la idea de seguir de píe viendo cómo mi gran amor caminaba para quizá nunca volver. Me quede ahí, respirando y temblando unos diez o quince minutos, tratando de no desmoronarme, romper en llanto para no provocar las miradas y lamentaciones de todos los que me conocían.

En algunos minutos saldría mi mejor amiga de su salón de clases, mi hermana llegaría por nosotras para llevarnos a casa. Sabía que preguntarían por él, pero yo no sabía que responder, pues de mis labios no salían más palabras que "se fue", no sabía si me desarmaría en brazos de alguna de ellas o resistiría el llanto hasta que saliera en forma de vomito. Incluso pensé seriamente en salir a comprar un cigarrillo cómo lo haría cualquier persona bajo una situación de estrés como aquella, pero las piernas no me respondían.

Respirar dolía y vivir ardía, las gotas de lluvia golpeaban y el frío quemaba. Los recuerdos de sus ojos atentos a los míos, de sus manos sobre las mías, de sus labios en mi piel y de sus palabras dulces, así como de sus últimas palabras sencillas y crueles se me clavaban como una estaca en el pecho, apretaban y sentía cómo sacaban ese musculo llamado corazón, sentí como lo jalaban y lo desprendían de mi sistema cardiovascular. Recordaba su abrazo antes de irse, y los últimos besos que dolían, pero sobre todo sentía a todos esos colibríes caer desfallecidos dentro de mi estómago, y yo no quería hacer más que tirarme al suelo y dormir hasta que la luna saliera y las nubes se fueran, pero en cambio, seguía ahí parada sin mover ni un dedo más que al temblar. No era similar a ninguna despedida anterior, pues aquellas veces dolía, a veces mucho, a veces poco, pero jamás destruían de esa forma, una forma tan cruel que te hace perder el sentido de ti mismo. Por mucho tiempo fui una cretina, no tenía duda de eso, había dejado ir a tantas personas sin pedirles explicaciones, sin intentar mover un musculo para detenerlas, en cambio con él habría suplicado todo el día que se quedara. No porque lo necesitara, yo no lo necesitaba para existir, es decir, seguiría respirando y sobreviviendo con o sin él, porque esa es la ventaja de ser fríamente independiente sabes que la vida no se detiene, pero lo quería para todo. No lo necesitaba para respirar, pero lo quería para sonreír, no lo necesitaba para existir, pero lo quería para ser, no lo necesitaba para sobrevivir, pero lo quería para vivir.

Después de quince minutos sentí el presentimiento de alguien aproximándose a mí, pensé que sería mi mejor amiga, pero la puerta del salón donde se encontraba permanecía cerrada. Creí que entonces era mi amigo Lucas, pero no lo veía por ningún lado. De entre la multitud salió otro de mis grandes amigos, Mateo un joven tímido, pero sumamente cariñoso y comprensivo, que me había liberado de un ex amor putrefacto, doloroso y enfermizo, pero lo nuestro no podía haber sido, pues mi corazón estaba roto y el merecía a alguien que quisiera entregarse sin miedo al fracaso. Me tomo de los hombros y me pregunto si pasaba algo, agache la cabeza e intente llorar, pero sólo sollozaba, no caían lágrimas, no había más que dolor y pesar en mi corazón. Después llego mi amiga Luisa, una chica preciosa, con rasgos y cuerpo de muñeca, de sentimientos nobles y con una mirada que iluminaba a las más tristes almas, entre los dos intentaron consolarme, pero era inútil, no tenían palabras que me dieran aliento, y yo no lucia triste. Mi organismo dejaba de funcionar, cada parte de mi ser, de mi anatomía se suicidaba golpeándose entre las paredes de mi desdicha. Llego mi mejor amiga, Fer era una joven simpática, dulce y protectora, agresiva en algunas ocasiones, con la adolescencia en todo su ser, tenía una sonrisa preciosa, y unos ojos que llenaban de ternura. Sus abrazos normalmente me consolaban, pero ese día sólo sentía frío.

Mi hermana Beth llamo para que subiéramos a la camioneta, alegremente pregunto por él, mi falsa sonrisa se desvaneció y la cara de Fer empalideció, se sintió un silencio frío e incómodo. Por más que Beth intento toda la tarde alegrarme con abrazos, que siempre me reconfortaban y con consejos que usualmente me ayudaban, simplemente mi corazón no respondía a ninguna circunstancia.

Llame a su casa, no había nadie. Intente hacerme a la idea de que sola estaría mejor, igual que siempre. Cada uno de mis amigos me decía que estaría mejor sin él, que él sólo era otro chico más, pero yo sabía que no quería a otro chico.

Mi madre al verme en la noche, después de trabajar me pregunto qué había sucedido, mis latidos se hicieron más fuertes, un escalofrió recorrió todo mi cuerpo, mis manos temblaban y los picos de los colibríes aún muertos se enterraban en mis entrañas, mis ojos se inundaron por algunos segundos pero no pude romper en llanto. Explique todo detalle a detalle, ella que me conocía tanto no me abrazó, sólo me vio fijamente con una expresión algo decepcionada y algo enojada. Suspiro, y después dijo decepcionada que habíamos sido inmaduros tanto él como yo. 

Acostada en el piso y temblando de frío, en bragas y corpiño, con mi perro a lado intentando consolarme, un Husky hermoso que fue mi mejor amigo durante años. Escuchaba The Killers, mi pecho ardía y mi corazón estaba en mi estómago, las lágrimas no salían. Me dije en voz baja duérmete, él no volverá. 








Diario de una DepresiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora