Recuerdo un día de otoño, acompañé a mi amiga con su ex novio a un colegio cerca de nuestra casa. La tarde era soleada, incluso lucía más como una tarde de primavera. Me senté a unos metros de ella, observaba como discutían y aunque me sentía mal por ella, sabía que no sería pertinente acércame hasta que terminaran de discutir.
De pronto vi como la cara de mi amiga empalidecía, su mano izquierda tomo su brazo derecho, bajó la mirada y su melena roja cubría su rostro. Mientras que la mirada de él reflejaba una indiferencia que hubiera destruido a cualquiera. El chico dio media vuelta y entro al colegio, corrí a auxiliar a mi amiga, pero era tarde sus mejillas ya estaban húmedas y su corazón ya estaba roto, intente recoger los pedazos, pero se habían esparcido por todo el parque. La abracé intentando protegerla, duramos varios segundos así, hasta que escuche su voz quebrada intentando pronunciar algunas palabras, la solté y ella tomo mis manos, seguía con la mirada baja, después de un largo suspiro dijo:
- ¿Te doy un consejo? Quizá te funcione para cuando te rompan el corazón, yo siempre lo llevo a cabo.
- Si, por favor. - Respondí sin pensarlo.
- Cuando sientas que vas a romper en llanto ve hacia tus pies, recuerda que ellos han estado contigo todo éste tiempo, creciendo, también han sido lastimados en ocasiones, tú mejor que nadie debe saber de eso ¡has vivido bailando desde el vientre de tu madre! – dijo irónicamente – obsérvalos, muévelos si quieres, ellos te llevaran a lugares inimaginables cuando lo desees, recuerda que ellos son lo que te sostiene en ésta tierra y te dan libertad e independencia. La persona que esté frente a ti sólo te dio recuerdos y aprendizajes, sí lo necesitas llora, pero no pierdas de vista que sin él, tú seguirás siendo tú ¡Nunca lo olvides Rossana, debes prometérmelo! – Dijo con la voz aún quebrándose.
Veía las multitudes, sentía a un grupo de chicas a mi lado, tomando mis manos y abrazándome. Mi madre llamaba para saber cómo me sentía, y me pedía que regresará a casa. En mi mente sonaba mi voz preguntando ¿y ahora?, sabía el camino, pero me sentía tan perdida. Sollozaba, intentando sin triunfo alguno llorar y sacarlo de mi pecho. Camino a mi casa, recordaba los momentos que compartimos, las canciones que bailamos, los secretos que guardamos, las llamadas en la madrugada, las risas interminables, las anécdotas compartidas, las promesas de corazón rotas. Sentada bajo el rayo del sol temblaba de frió, el transporte paso frente a la plaza donde nos dimos nuestro primer beso, donde tomamos un Machiato, a él no le gustaba el café, pero sabía que en esa plaza estaba mi cafetería favorita así que me invito a tomar un delicioso café mientras compartíamos miradas, palabras y sentimientos. No podía creer que todo hubiera acabado, ¡debía haber un error! o quizá era un mal sueño, en algún momento despertaría aliviada y leería su mensaje de buenos días. No pasó, todo era fríamente real.
Llegué a mi casa, temblando me recargue en la pared del jardín donde pegaban los últimos rayos de sol, vi el jardín donde de niña corría y jugaba entre las flores que hoy ya no estaban más, recordé los arboles de los que hoy sólo quedaban los troncos secos, y el columpio que se había ido junto a mi infancia. Las piernas me temblaban, ya no soportaban mi peso, baje la mirada y al ver mi pies recordé las palabras de mi amiga. Sentí la mirada de él frente a mí, indiferente y asesina, tan diferente a esa mirada que me hacía sentir especial y única en el mundo, por lo menos para él. Recordé su abrazo de despedida en el que ninguno de los dos queríamos soltarnos, pero sabíamos que era hora de dejarnos, yo apretaba sus brazos que tanto me fascinaban, y él sujetaba mi cintura. Seguía fijando mi mirada en mis botas de montaña, hasta que todo se nublo y caí de golpe en el suelo. Sí tan sólo pudiera regresar algunas horas el tiempo, cambiaría todo, impediría que él quisiera irse y mi corazón se rompiera, nos llevaría al comienzo y jamás a aquel final. Pero no podía, me sentía inútil y perdida, por fin rompí en llanto, gritaba y berreaba igual que un niño que no consigue un caramelo, sabía que había terminado todo y que no había remedio alguno.
Nunca me sentí tan sola, la tarde terminaba y el sol se ocultaba, las lágrimas salían de mis ojos y yo no podía hacer algo para impedirlo, como una muñeca tendida sobre el paso veía el oscuro cielo, nublado y escuchaba mi reparación que me resultaba molesta, sentía como un tractor había pasado sobre mi pecho, y me hubiera gustado terminar con todo en ese mismo momento. No es como si fuera capaz de suicidarme, no era tan valiente pero si un automóvil viniera hacia mí, yo no haría nada por correrme.
Me senté con la piernas cruzadas, pensaba que lo quería, que en nuestra última platica no había volteado mí cara hacía mis pies, porque prefería ver sus ojos por última vez, aunque no me veía de la misma forma no quería perder la oportunidad. De pronto, sentí unos brazos rodeando mi pecho, un abrazo cálido, hincada detrás de mí estaba mi madre. Rompí en llanto de nuevo, se podía escuchar mi sollozar por toda la calle, mi cuerpo temblaba y mi madre intentaba sostenerme mientras besaba mi cabello. Recordé que de niña, un día pasando por el parque, vimos una pareja discutiendo, ella lloraba y él la tomaba de las manos, mi madre me volteo a ver y me pidió que jamás llorara por ningún hombre. En aquel entonces por mi mente jamás cruzo la idea de que pudiera estar tan desecha por alguien, mientras tuviese a mi madre no tendría razón para llorar.
Deje de ver mis pies y voltee a ver el cielo, ya no estaba nublado, ya no se ocultaban las estrellas y la luna brillaba, me veía como lo hacía desde que era una infante.
La niña de aquel entonces estaría avergonzada de mí. –Dije en voz alta.
No lo estaría, ella estaría orgullosa de que hayas superado tanto dolor estos años, no podría sentirse más orgullosa de ser esta bella e inteligente mujercita. – Contesto ella, viéndome a los ojos y soltando una dulce sonrisa, que es característica de mi madre.
Pasaron días y noches, yo no encontraba consuelo ya en los libros, al bailar lloraba y golpeaba, sólo podía escribir frases suicidas, depresivas y alguna que otra pidiendo que volviera. De ver películas ni hablar, cada una me parecía dolorosa de algún modo. Pintar o dibujar me quebraban, me llenaban de ira y terminaba rompiendo los bocetos. El café me sabía amargo, el sol ya no calentaba, no tenía apetito, incluso intente salir a correr o ir al gimnasio, pero el vacío en mi pecho no me permitía respirar y terminaba llorando y vomitando en algún baño. Vomitaba aunque no tenía nada en el estómago, cierta vez alcance a percibir mariposas y colibríes muertos dentro del inodoro, jalé la palanca inmediatamente esperando que con ellos se fuera mi dolor, pero no, seguía conmigo como una sombra. Lloraba cada que alguien me abrazaba, cuando la música empezaba a sonar, cuando la luna brillaba en mi cara, cuando el olor a café llegaba a mí; lloraba cuando leía, cuando dibujaba, cuando escribía y cuando pintaba, incluso cuando reía, en mi interior no paraba de llorar; lloraba en la calle, en mi casa, en las plazas y en los salones; de noche y de día. No veía amanecer próximo.
Me hubiera gustado de alguna forma odiarlo, poder ofenderle o incluso maldecirlo, sin embargo mis deseos se concentraban en que el regresara, en algún mensaje o una llamada. No podría desear algo que lo lastimara, a pesar de mi corazón roto, él había alegrado mi vida de una forma sumamente peculiar. Yo lo quería para ser feliz, no quería a nadie más, me parecían aburridos y poco simpáticos los demás chicos, fracasados o simplemente no los notaba.
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Diario de una Depresión
Roman pour Adolescents"Cada vez que veas hacia la luna pensaras en mi." Rossana es una adolescente frustrada. Con el corazón roto por las decepciones decide comenzar a escribir sobre sus vivencias, sus sentimientos y pensamientos más profundos. Nuestra heroína luchará c...