Miguel sonreía de una forma especial, resplandecía, aunque Elsa no sabía si esas sonrisas se las dedica a ella en exclusiva o a todos los demás. Lo mismo daba, le bastaba con cruzarse de vez en cuando unas miradas. De las miradas pasaron a compartir charlas en la hora del café, en el almuerzo y hasta se quedaban un rato más después del cierre con alguna excusa estúpida. Luego llegarían los besos.