Un hola, desembocó en un te quiero, el te quiero, en un te amo, y el te amo, en el adiós más doloroso que William haya entonado jamás.
Al joven capitán le habían encomendado la tarea de dirigir el barco que esa mañana se preparaba para salir del puerto londinense rumbo a las colonias del nuevo mundo.
Los marineros trataban de meter prisa desde la pasarela del barco, sin embargo, todos los sentidos de William estaban puestos en su amada, la cual, la obligaban a dejar en el momento más bello y floreciente de su amor. Acarició suavemente el rubio cabello de la joven antes de depositar un beso en sus labios, seguido de una promesa, la promesa de que volvería a por ella y, el mismo día que el joven pusiera los pies en su amada Inglaterra, se casarían.
Sin embargo, jamás lograría cumplir esa promesa.
Dos días llevaban en alta mar y, todo iba sobre la seda. Todos los marineros dormían profundamente cuando, una violenta sacudida movió el barco haciendo caer del lecho al capitán.
Salió de su alcoba a cubierta dando voces y órdenes.
Los esfuerzos de los marineros por mantener el barco a salvo de la violenta tormenta, fueron totalmente en vano.
El navío chocó contra un islote y, de golpe, para William, todo se volvió negro.
