3- "Bella durmiente"

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 Estaba contenta. Tras cuatros largos meses, una voz interior me decía que mi hermana Sophie vendría a verme porque no podría pasar nuestro cumpleaños lejos de mí.

La conocía lo suficiente como para saber que estaba triste y culposa por haberme traído aquí y que acercándose en esta fecha tan especial, subsanaría parte de su dolor con este gesto. Después de tanto tiempo y agua bajo el puente, reconocí que tendría que agradecerle porque me había salvado la vida.

Una vez más.

Cumplíamos 30 años siendo mi único compañero de cuarto mi libro favorito de Jane Austen. Francis no cederían en su insistencia porque eligiese otro, tal vez recurriendo a su propio aburrimiento de verme tan repetitiva con la elección.

Lo cierto es que no me importaba leer lo mismo ya que tampoco llamaba mi atención ir a los salones de arte que coordinaba otra de las terapeutas, simplemente porque la pintura no era lo mío.

No tenía espejos en ese cuarto, lógicamente, dados mis antecedentes depresivos y mi incipiente anorexia juvenil, por lo que la única imagen que podía obtener de mí misma, era gracias al reflejo en los vidrios de la habitación.

Motivada por la esperanza y ansiedad de ver a Sophie, amanecí más temprano que de costumbre. Generalmente, Francis ordenaba a que las visitas fuesen entre las 9 y las 12hs, horario de su ronda, para poder saciar cualquier consulta que la familia de los pacientes tuviera.

La túnica blanca de la clínica me hacía ver más demacrada de lo que pensé pero era parte del protocolo. Comprendiendo que no estaba en una pasarela de modas y no tenía visitas que reparasen en mi aspecto exterior, lo que realmente me fallaba era lo que tenía por fuera de la túnica y se llamaba "cabeza".

Mi familia estaba diezmada hacía años, siendo mi único contacto con el apellido Rutherford mi melliza y un hermano que se había radicado en Ohio y nada se preocupaba por mí.

"¿En qué momento cambiaron tanto las cosas?" me encontré pensando durante muchos pasajes de mi estadía en el CAHM.

Sacudí mi cabeza dejando escapar aquellos malos recuerdos que me acechaban y no me dejaban dormir para ilusionarme con lo que vendría. Para dispersar mi mente y acelerar el paso del tiempo, tomé asiento en la silla de madera robusta, sobre la que posaba unos cojines que Sophie había enviado días atrás. Eran lo suficientemente mullidos como para que mi huesudo culo no sufriera por el duro contacto de la madera cruda.

Pensé fríamente en la bondad de Sophie, aquella de la que tanto renegué y tanto odié. Yo no merecía que me siguiera queriendo como lo hacía.

Me acurruqué en la suave manta gris con el nombre de la clínica bordado en azul, y comencé a leer el capítulo número tres de "Orgullo y prejuicio". Sumergiéndome en la lectura, compenetrándome en los personajes y repitiendo de memoria sus diálogos, me sobresalté al escuchar el ruido de la puerta magnética.

─ Recuérdame para tu próximo cumpleaños regalarte otro libro. Ese lo debes saber de memoria.

Volteé mi cabeza hacia la dueña de esas peculiares palabras. Era Sophie.

Francis quedaba por detrás, manteniéndose de pie recostado sobre el marco de la puerta. Al lado nuestro, parecía aún más alto de lo que era.

Dejé el libro inmediatamente, incorporándome de golpe para saludarla con los ojos colmados de lágrimas dispuestas a brotar con sólo respirar un tanto más profundo. La abracé, con fuerza, con amor. Con desesperación.

Y me dio un obsequio. Un regalo de cumpleaños.

Era algo pesado, pero no muy grande. Sin embargo, imaginé qué habría bajo ese envoltorio; mi hermana me conocía lo suficiente. Desenvolví presurosa, como una niña pequeña.

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⏰ Última actualización: May 01, 2017 ⏰

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