Se caló bien la capucha, asegurándose de que no se viera más que su barbilla y labios. Nadie tenía porque saber quien era.
Caminaba por la ciudad, oteando en busca de lo que quería. Apretó los labios. Debía robar, Calteb estaba esquelético, necesitaba comer. Llevaba largos minutos caminando por la ciudad, tanto que casi pareciese su especialidad. Suspiró.
No, no era esa, pero hoy los comercios rebosaban, y los pocos sin público probablemente no tenían nada que ofrecer. La ciudad estaba especialmente llena en aquel día, el Día del León; venían comerciantes de todo el país para vender objetos exóticos, reliquias o especias de ciudades lejanas o pueblos olvidados. La verdad es que era un buen día y uno malo para robar. ¿Bueno? Porque hoy había muchas más cosas interesantes, y en cantidad. Perfecto para robar. ¿Malo? Gente, demasiada gente.
Torció hacia un callejón que llevaba a otra calle más grande, pero en vez de seguir recto, giró a la izquierda por otra callejuela, más estrecha, en la que no había nadie.
Se aseguró de que su daga estuviera bien sujeta, además de su libreta, la faltriquera y los viales bien sujetos en el interior de la capa.
Todo estaba en orden.
Alcé la mirada hacia el alto edificio ante mi. Tragó saliva antes de encaramarse a la pared para empezar a escalar. Sus dedos se colaban entre piedra y piedra. Ágil y entre las sombras, parecía que aquella joven llevara haciendo eso años.
Se estiró y, en costosa postura logró rodear un saliente con sus dedos sobre su cabeza, respiró hondo y se impulsó con la punta de sus botas, dando un salto en el vacío para agarrarse a otro con agilidad y continuar su ascenso.
Ya casi estaba. Entre roca y roca subió, arrodillándose en el borde del tejado, oculta por su oscura capa, cada vez más raída y desgastada.
Un sutil cosquilleo en mi cuello provocó que su rostro se crispara. Tenía la sensación de que alguien la observaba. Su mirada se deslizó por el resto de tejados y la sección septentrional de la muralla, alerta. Ninguno de los centinelas parecía prestar atención, todos con las miradas puestas en el mercado.
Se relajó y dejó caer los brazos a sus costados. No era nada, al parecer.
Se puso de pie y caminó con cuidado sobre las tejas, tratando de ir por el centro, evitando así las miradas curiosas de la gente en las calles. Miró hacia la derecha, a la izquierda después. Se acercó al borde del tejado, para comprobar que nadie miraba hacia arriba. Alguien torció el cuello y dirigió su vista arriba. Se echó en un movimiento inhumanamente rápido hacia atrás, casi como una serpiente frente a su presa. Para su mala suerte cayó de espaldas y resbaló hacia el borde del edificio. "Maldición".
La gente exclamó, algunos con sorpresa, otros preguntando qué ocurría antes de callar por la estupefacción, y un instante después la calle quedó en silencio.
Estaba suspendida en el vacío, agarrada al borde del tejado. Cerró los ojo cuando la brisa acarició su cuerpo. Curiosamente era un momento tranquilo y apacible. Disfrutó durante unos instantes del silencio que brindó la ciudad en aquel momento antes de humedecer sus labios y volver a la realidad. La gente estaba mirando.
—Mierda...—Farfulló.
Se aferró con ambas manos el borde del tejado para subir de nuevo y alejarse del borde. Tomó una gran bocanada de aire y se quedó allí tirada unos minutos, boca arriba, mirando las nubes.
La gente tenía miedo de estas cosas, pues últimamente el número de asesinatos en la ciudad había crecido y aún no hallaban a un culpable. Aquel gesto y sospechoso lugar para transitar les había dado un posible culpable, no era normal ver a gente en los tejados, y menos colgando. Chasqueó la lengua y se incorporó.
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Acero y Hielo (1 - La Secta Blanca) [PRÓXIMAMENTE]
FantasíaBUENO, TENÍA MUCHAS GANAS DE COMENZAR ESTE PROYECTO. TODO LO PUBLICADO, TANTO TÍTULO CÓMO RESUMEN Y PORTADA SON PROVISIONALES. Leah, joven de 19 años, ha vivido siempre en la pobreza, en la magnífica aunque controlada por un rey tirano ciudad de...