Capítulo 20: como el Fénix renacen de sus cenizas

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-Nadie.- Egon volvió a cerrar sus ojos y Sharon al instante frunció su ceño, pero no dejó de acariciar la mejilla del chico. Le era imposible de dejar de tocar su piel tan suave y lisa por muchas ganas que tuviera de retirarla.

-Es un nombre bonito. Jamás lo habías escuchado.

-No es ningún nombre, Sharon. Por favor.- Egon volvió a abrir sus párpados y un azul oceánico apareció en ellos para clavarlos en las esmeraldas de Sharon.- Déjalo estar.

-Pero...

-Solo por esta vez. No hagas más preguntas.

-Mi madre siempre me decía que no hiciera preguntas.- La chica apartó sus finos y pálidos dedos de las mejillas sonrojadas de Egon y el chico entrecerró sus ojos.- Pero mi padre me volvía a dar permiso para que inquiriera cuánto deseará. Aunque todo eso terminó cuando él murió.

-Lo siento. No quería hacerte sentir así, solo... ¿me ayudas a levantarme?

-Claro.- Sharon cogió a Egon por sus axilas y entre la fuerza de ambos deleiters consiguieron erguir al joven y colocar su espalda en la pared del vagón, a un lado de los cuerpos durmientes y abrazados de Evelyn y Azul.- ¿Solo que qué?

-Que no estoy listo, ni mentalmente, ni físicamente para hablarte de esto.

-¿Por qué? ¿Tan malo fue lo que ocurrió con esa chica?

-Satán a mi lado parecería un angelito de los Dioses.

-No te creo.

-Pues créeme. Ya te dije que por muy bella que pudiera parecerte una manzana, por dentro podría estar picada.

-Tampoco puede ser tan desagradable probar una manzana podrida.- Egon mostró una sonrisa y soltó una risita que le hizo poner una mueca de dolor. Las heridas habían sanado bastante rápido, pero el dolor en sus músculos y los moratones tardarían más tiempo en desaparecer.

-Eres una deleiter extraña, Sharon Townsend.

-Lo extraño me parece interesante, así que me lo tomaré como uno de tus cumplidos.- El chico volvió a reír, pero su risa era como un susurró. Como sí no quisiera despertar a nadie para que nada interrumpiera su conversación.- ¿Hay algo más por lo qué no me quieras contar tu pasado con esa chica?- Egon ladeó su cabeza, y ambas miradas crearon una extraña conexión. Sharon echó en falta las chispas de electricidad del muchacho. Quizá al hacer ese cambio de ojos dorados lo habían dejado sin energía que descargar.

-Tendría tantas cosas que decirte.- Egon alzó una de sus manos y escondió uno de los mechones de Sharon detrás de su oreja. La chica percibió como el pulso del chico temblaba bajo su piel, y después la volvió a dejar sobre sus rodillas.- Pero no puedo hacerlo.

-¿Por qué?

-Nunca se me han dado bien las palabras. Nunca he tenido un padre como el tuyo que me leyera libros de fantasía y poesía de poetas muertos.

-No todos estaban muertos.

-O como a Evelyn, que le enseñaban canciones y dichos populares sobre el reino de los Deleiters. Nunca me ha llamado la poesía ni los relatos, pero tampoco sabía que fuera algo tan puro y valioso en las vidas no solo de humanos, sí no de deleiters, también.

-¿Por qué desprecias tanto a los humanos?- Egon se encogió de hombros.

-Son débiles, y yo repelo a la debilidad.

-Yo no soy capaz de hacer eso.- Sharon se miró sus manos. Estaban entumecidas y con las marcas de haber tenido ampollas por tocar la toxina que desprendía la piel de las brujas. Unas manos que jamás deberían de pertenecer a una dama.- He vivido toda mi vida en el mundo mortal y no puedo evitar, sentir que pertenezco a él.

Deleiter: la dictadura del corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora