XV

15 0 0
                                    

Mi padre Stephen Cromwell dice que las mujeres no debemos perder el tiempo con cosas innecesarias como son los libros, dice que fuimos creadas para acompañarlos y servirles en las tareas del hogar y mi madre no podría estar más de acuerdo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Mi padre Stephen Cromwell dice que las mujeres no debemos perder el tiempo con cosas innecesarias como son los libros, dice que fuimos creadas para acompañarlos y servirles en las tareas del hogar y mi madre no podría estar más de acuerdo.
Elizabeth Fletcher, era hija de un prestigioso mercadista ubicado en Kent, Inglaterra. El abuelo Dorian, era humilde y generoso, me regalaba libros y pasteles de carne cada vez que lo visitaba. Por lo que escuché en alguna que otra conversación de mis padres (Escondida debajo del escritorio de papá) el abuelo le enseñó a mi madre a leer, cosa que hace a la perfección, sin embargo mi padre decidió que era mejor para mí no aprender tal barbaridad, pues me haría muchas ideas erróneas en mi cabeza.
Así que luego de las clases de modales, que todavía a mis quince años (casi dieciséis) asisto, mi madre me permite ojear las hojas de las páginas, y si mi papá no está, hasta me lee un poco.

A veces, miro por la ventana de mi cuarto y me imagino trabajando por el campo, tal vez hasta cosechando, mientras mi marido cocina en casa.

¡Me gustaría ver aquello!

El día que los hombre cocinen y las mujeres trabajemos, ese día se acabará el mundo.

En el atardecer, mi padre regresa del trabajo, él es el dueño de una fábrica de carbón, que está al fondo de la quiebra, pero solo él insiste en que es una mala racha. Es casi insólito saber que aunque estemos mal de dinero, mi padre aún está empeñado en comprarle manzanas al corredor en vez de al granjero. Todo sea por mantener el alto prestigio en este pequeño pueblo, en el cuál mis hermanos encontrarán esposa y a su debido tiempo, yo también lo haré.
Me da escalofríos pensar en que tengo que casarme, no lo quiero. Quiero leer, dedicarme a hacerlo todo el tiempo. Me gusta el olor que emana de las hojas, y me gusta cómo se ven estos.
La mayoría de las mujeres de este pueblo no saben leer, pero aún así, muchas de mi edad están aprendiendo, sus padres dicen que así será más fácil encontrar a un buen marido, que le escriba cartas y cosas así, pero mi papá sigue empeñado en que no deberíamos hacerlo.

Me acerco a la ventana para observar el ocaso mientras tejo con mi madre. Es relajante tejer, tanto que me provoca cansancio, pero irónicamente me gusta mucho hacerlo.

Estoy por terminar de tejer un mantel, cuando la puerta es abierta de una manera abrupta, siendo papá el causante de tanto alboroto.

Miro a mi madre, quien me dedica una mirada alarmante, podría decir que está hasta un poco asustada, pero rápidamente la cambia a serena.

- Samantha, puedes descansar, te espero en el comedor para la cena -le escucho hablar.

Asiento con mi cabeza y me dedico un poco más a admirar el atardecer, mientras escucho como la puerta se cierra, me encuentro un poco nostálgica, no quiero admitirlo en voz alta pero al cumplir los dieciséis mi padre comenzará a buscarme esposo y no quiero irme de mi hogar, ni tener hijos cuando hay tanto por hacer, pero simplemente no puedo cuestionar a mis padres, ellos deciden qué es lo mejor para mí y sin duda lo mejor es conseguir un esposo y no quedarme solterona como alguna de las señoras de este pueblo, a quienes les cuestionan el raciocinio.

Aunque consiguiese un buen marido, siempre me sentiré enjaulada, sé que en otros lugares el trato es diferente, porque mis primas que viven en Londres asisten a fiestas y eventos, visten diferente y tienen un aire de vitalidad que simplemente no se ve reflejado acá. Solo una vez vinieron y fueron vilmente cuestionadas, alegando que eran mujeres demasiado libertinas, ¡Oh, Liz! ¡Cuánto quisiera ser como tú y dejar mi cabello ondear con la brisa y reír sin pudor!, poder ir a alguna fiesta y bailar con muchos muchachos sin ser llamada ramera.

Me permito derramar mis lagrimas, siendo la cúspide del atardecer mi testigo, sabiendo que mis plegarias no serán escuchadas y que mi destino ya está escrito.

A la hora de la cena, mis padres me miran con mucha añoranza, y mis hermanos hasta con un dejo de lástima, sé que podría estar ocurriendo, pero es muy precipitado hacer algunas conjunciones.

Al llegar a la mesa, encuentro que mi madre a servido ya los platos y tiene un plato adicional, mi curiosidad es tanta, pero he aprendido a callar mis opiniones, porque sé que ellos progresivamente lo harán.

- Mis hijos -habla mi padre- hoy una persona de muy buen rango vendrá a visitarnos, les pido hacer buen uso de lo que hemos aprendido y tratarlo de la mejor manera.

Todos asentimos y al ponernos de pie, para esperar a nuestro invitado, mi madre me dice:

-Samantha, ve a cambiarte la ropa, y ponte el corsé, no es bien visto que no lo lleves puesto.

No tenía ni la menor idea el paradero de mi corsé, porque tengo mucho tiempo sin usarlo, mi cuerpo no lo necesita, no tengo grandes caderas ni busto grande, pero me doy cuenta que mi cintura es bastante angosta, usando un vestido cualquiera nadie notaría que no llevo corsé, pero a la hora de usar ropa más sofisticada, el corsé tiene que sobresalir.

Corro de aquí allá buscando el bendito corsé, y cuando lo encuentro no hago más que ponerlo solo un poco más ajustado de lo normal, y me enfundo en mi vestido, intento peinarme un poco y salgo apresurada al comedor, donde el peculiar hombre está apenas llegando. Es un hombre, no un muchacho como tal, sé que debe ser al menos diez años mayor que yo, bastante alto, sin barba ni bigotes, perfecto corte y una mirada que le resulta bastante llamativa, por lo cual le sigo la mirada, imperturbable, mientras bajo las escaleras.

Esta cena es especial, no lo digo por el hombre que esta al frente mío, sino por la participación que éste nos ha dado a mí y a mi madre -en realidad a todos en la mesa, pero me refiero a mi madre y a mí, porque generalmente no se nos permite opinar muchas veces- están hablando sobre el rumbo de la fábrica y aunque no participo demasiado, soy certera a la hora de contestar, sin ahondar de más porque sé que no podría expresar mis pensamientos en totalidad.

Mis padres están más que complacidos, su mirada los delata de aquí para allá y es que gracias a la buena cena, ha cerrado un trato con Abraham Dunne -El invitado- quién será su próximo socio.

Me pregunto si algún día podría dirigir la fábrica, tener un puesto importante, o simplemente me dedicaré a opinar sentada, cosiendo mientras mi marido trabaja.

-Señorita - levanto mi cabeza para encontrarme con la mirada de Abraham- se escucha usted muy culta para tener su edad, ¿Cuáles libros le hacen mencionar tan certeras palabras?

Mi padre asevera que no sé leer, seguido de la cantidad de cosas que suele decir al momento del preguntarle el porqué no lo hago y mientras lo hace, cada vez me hundo más en la silla sintiendo que merezco darme ese privilegio.

-Sr Cromwell, con el respeto que usted se merece, ¿Cómo cree que su hermosa hija va a conseguir un buen marido, con buena dote si no sabe leer?

Mi corazón dio un vuelco al saber que mis sospechas eran falsas, estaba segura que ese hombre pediría mi mano, pero cuanta felicidad hay en mi corazón al estar equivocada. Mi padre mira a sr Dunner con algo de bochorno, pero también bastante altivo, porque sé que no le gusta que opinen sobre sus decisiones. 

Me limito a mirar al frente y no expresar ninguna emoción. Me es muy difícil seguir la conversación e intento no llorar, pues aunque la mayor parte del tiempo me muestro como una muchacha muy fuerte, al mismo tiempo sé que no lo soy y esta cena solo demuestra que siento que hay muchas injusticias entorno a mí solo por el hecho de ser mujer y creo que no es justo, aunque es lo correcto. 

SamanthaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora