© NIAMH BYRNE. 2015
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Lunes, 8 de junio de 2015
Dime, ¿qué ves tú en mi cocina?
Te diré lo que veo yo:
Dos botellas de vodka, dos de mojito, otras dos de ron y otro par de ginebra. Tres bolsas de doritos, tres de pipas tijuana, un tarro de helado de tarta de queso y otro de brownie de chocolate. ¡Divinísimos todos! Chocolatinas snickers: cinco. Chocolatinas twix: cinco. Chocolatinas mars: cinco. Todas en packs de oferta. Una bolsa de nubes de chocolate y otra de ositos de gominola. Las dos de un kilo y de lo más apetitosas.
¿Que si voy a montar un pic-nic de medianoche con la peña?
Pues no. Lamento desilusionarte; me lo voy a comer todo yo solita.
No, lo reconozco: no es una dieta muy saludable.
¿Y a quién le importa?
A mí no, desde luego.
Soy una feliz treintañera con la inmensa fortuna de un metabolismo rápido que todo lo quema; además soy ciclista. Si vives en Amsterdam solo tienes dos opciones: ir a pie o en bici. Yo prefiero la bici porque pedalear es sexy y se hacen amigos. O eso contaba la vieja leyenda urbana. En realidad, yo pedaleo porque me ayuda a mantenerme en forma, y porque los fines de semana, cuando no trabajo, me paso dieciséis horas delante de un ordenador. Duermo una media de cuatro horas al día, a veces incluso menos, y las otras cuatro que me quedan las gasto follando (cuando hay suerte) o zapeando en el sofá, o tomando copas en el Barrio Rojo.
¿Por qué tantas horas delante de una pantalla?
Soy adicta al chat. ¡Hala, ya lo he dicho!
Y también a las redes sociales.
Y claro, también a los dulces.
En cinco breves minutos guardo todas mis deliciosas compras y voy a cambiarme. Todas las mañanas hago mi habitual circuito de bicicleta de dos horas antes de desayunar. Después paso por el súper y hago la compra diaria. Llego a casa, me ducho, me cambio la ropa de deporte por el traje chaqueta, picoteo algo y me largo pitando al trabajo.
Trabajo de diez a cuatro en una de las muchísimas franquicias de una cadena internacional de ropa llamada Fashion's Victim. Seis horas de pie, yendo de un lado a otro, a veces en caja, otras en probadores, y la mayor parte del tiempo en un oscuro y atestado almacén, lleno de polvo y con algún que otro habitante que campa a sus anchas en total libertad. Horas aguantando a todo tipo de gente, aunque lo que más abunda en cualquier momento del día son los grupitos de adolescentes histéricas revolviéndolo todo, mascando chicle sin parar, hablando hasta por los codos, y peleando a muerte por ropa que ni siquiera les queda bien.
Sí, vale, yo también he tenido quince años, y veinte.
Y sí, a mí, de vez en cuando, también me desesperaba no encontrar nada que me cayera más o menos bien.
Pero eso fue antes de la revolución cibernética.
No digo que cuando salga vaya hecha unos zorros, pero lo cierto es que hace ya mucho tiempo que la moda me importa menos que nada. Y además, en los círculos en que me muevo apenas se tiene en cuenta cómo va una vestida.
De modo que, aparte del uniforme que utilizo en el curro, poca ropa tengo en el armario. Ni sigo las tendencias ni me preocupo por combinar debidamente los colores de mi vestimenta. Algunas compañeras critican mi actitud despreocupada, otras me aplauden y casi me envidian. «La moda puede llegar a ser una enfermedad —dicen—, ¡bienaventurada tú, que eres inmune!»
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Contigo hasta el infinito
RomanceFrances Donahue es rebelde,impulsiva y sobre todo valiente. Ama la libertad y odia las normas,los prejuicios y la doble moral. Georgia McFarland es dulce,reflexiva y complaciente. Su único objetivo es hacer felices a los demás. Frankie y Gigi s...