El sótano del señor Lemoine

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Después de haber convivido más de un año con la familia Lemoine en el mismo barrio, ningún vecino de Clamency podía sorprenderse de los desgarradores gritos nocturnos que provenían del interior la casa, de las constantes y extrañas explosiones o de las escapadas a la madrugada que hacían el señor y la señora Lemoine, para volver al amanecer con una o dos bolsas de contenido misterioso.

A sus dieciséis años, Bastian, el hijo menor del matrimonio más estrambótico de la ciudad, estaba cansado de su familia. En el colegio era víctima de todo tipo de burlas debido a sus padres. Lo acusaban de raro; excéntrico, y hacía poco lo habían bautizado como "el fantasma". Durante los primeros años del secundario, el muchacho había intentado, con ganas, disipar los rumores que lo condenaban y tratar de hacer amigos de la manera en que fuese. Sin embargo, transitando sus últimos años del colegio había dado por perdida la causa de llevarse bien con sus compañeros y ahora ignoraba a todo aquel que lo molestase, o le dedicaba una sonrisa sarcástica y seguía con lo suyo. Ya no le importaba.

La señora Daphne Lemoine era la espiritista más autorizada de Clamency. Tenía una modesta pero tradicional tienda en el centro, donde oficiaba como vidente cobrando precios exageradamente altos. Su oficina, en la que Bastian había estado sólo en ocasiones contadas, estaba llena de telas y cortinas de todos colores y reinaba una mezcla de aromas vomitiva.

Según Madame Lemoine, los habitantes de la ciudad se dividían entre los creyentes y los ateos, y aseguraba constantemente que el cielo era para los primeros. La señora Daphne Lemoine se dedicaba a varias formas de adivinación, aunque era conocida por su habilidad con el tarot y, en menor medida, la quiromancia.

En tanto su marido, el señor Lemoine, no necesitaba más renombre del que ya poseía. Era frecuente que El Reportero, el diario con más tirada de la región, le dedicara una o dos columnas semanales tirándole flores (Bastian sabía que su padre desenvolvía una considerable suma de dinero a este matutino). Sin embargo, nunca faltaban las revistas de periodismo de investigación que lo involucraban en negocios turbios con magnates corruptos o narcotraficantes extranjeros.

Bastian, ciertamente, no tenía idea lo que hacía su padre fuera de casa. Sabía, sí, que junto a su socio Marechal llevaba adelante su pequeña empresa (que había sido pequeña desde tiempos remotos): Lemoine & Marechal. Tenían una oficina en una galería céntrica, pero era puramente burocrática, por la necesidad de un domicilio físico real que pedían los certificados legales. Lo cierto era que el señor Lemoine llevaba a cabo su trabajo —o parte de él, mejor dicho— en el sótano de la propia residencia Lemoine, donde había armado un siniestro despacho hacía décadas.

Lemoine & Marechal se dedicaba, básicamente, a cazar fantasmas. Una o dos veces por semana, una familia rica (abundaban en Clamency) o una anciana que vivía sola, telefoneaban a él y a su socio para que fuesen a purificar sus mansiones.

Bastian nunca había logrado entender cómo esos dos absurdos sueldos podían darles el lujo de vivir en un caserón victoriano, en un barrio bonito y periférico, y cómo él, y anteriormente sus hermanos, podían asistir al colegio privado más caro de la zona.

Hacía un frío inhumano aquella noche, como todas las de invierno en la región.

—Voy a salir —anunció de repente la señora Lemoine.

Alta y erguida cuan era, se había puesto su conjunto de chales violetas y uno de sus talismanes al cuello. Bastian, que hasta ese momento había estado viendo televisión sin sobresaltos, se volvió a su madre y objetó:

—Son las dos de la mañana.

—Dale esto a tu padre —respondió la mujer sin hacerle caso, y dejó un pequeño papelito sobre la mesa del teléfono, contigua a la puerta de entrada. Dicho aquello salió a la calle.

Bastian Lemoine en el Mundo de los MuertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora