«Las cosas no van bien», se pasmaba tan solo escuchar esas palabras todo el tiempo, esa frase que estaba marcando todo su universo desde hacía ya un buen rato, pero, ¿a quién le importa?, era solo la vida de alguien como él frente a la de muchos otros que la pasaban mil veces mejor.
Eso lo decía todo cuando su cuerpo medianamente vestido se recostaba en el futón, mañana sería el primer día de clases en su primer año de preparatoria y, tal vez el hecho de que todo el cuerpo ardiera en dolor pretendía significar algo, podía ser malo o bueno, quien sabe. Sus ojos cerrándose a medio cubrir con la sábana y su mano izquierda bajando con una terrible lentitud a su costado, luego a su pierna y, con un simple toque, aquel quien no era más que un varón, pudo sentir como una corriente invasiva esparcía el malestar por todo su cuerpo.
La vida traía sus cuantas ironías.
La vida en Tokio era bella, o al menos así lo veía, de alguna manera crecer en una gran ciudad no le había hecho mella en ningún momento de sus quince años, bueno... diez, pero, en grandes rasgos, era como cursar una gran etapa de su vida, una que había cambiado desde que ella y su padre habían comenzado una aventura en el distrito central.
Su uniforme hoy estaba radiante, y no era para menos, ¡que va!, hoy era el primer día de su vida en la preparatoria y no podía dejar que eso se dañara por un mal uniforme. Ya lo estaba terminando de colocar: su camisa a mangas largas de color blanco, su moño en fuerte azul cobalto, el chaleco, de un color rojo muy a juego, la falda negra, un poco más abajo del promedio, y su blazer de un azul marino bastante profundo.
—Perfecto—, susurró en tenue voz la damita mientras cepillaba su cabello, el cual era de un color castaño medio, brillante, lacio y largo con un pequeño flequillo que caía hacia su frente con bastante cuido.
Una sonrisa adornando su rostro y se levantó para tomar su maleta y marcharse, no era momento para llegar tarde.
Eso lo tenía clarísimo, después de todo, asistiría a una preparatoria por la que se había esforzado mucho para entrar, considerada una de las mejores del país por la capacidad y calidad de su profesorado y de los alumnos que habían egresado hacia distintas universidades. Todo era, quizás,- más especial porque, esta preparatoria en particular, estaba afiliada a la Universidad de Tokio, lugar a donde cualquiera soñaría simplemente con entrar si no pone gran parte de su esfuerzo y dedicación. Una parte buena: si tenías buenos promedios y una buena calificación en el examen central, además del hecho de venir de "esa" preparatoria, daba algunos créditos extras en la consideración de aceptar o no a una persona para que estudiara en la universidad.
Aunque claro, no todo era color de rosas, había otras nueve preparatorias en todo el país con el mismo sistema, pero ya estaba, tal vez, un poco más cerca.
—Eh... ¡Hanabi!—, pudo escuchar un nombre conocido, el suyo propio, siendo profesado por una voz ajena y se dio la vuelta.
Allí estaba entonces una figura bastante conocida y que le había acompañado desde el momento en el que pisó esta ciudad hacía ya su tiempo: ella era una damita de estatura promedio y cabellos tan rubios como sus ojos tenían el azul fuerte como divisa; piel blanca y algo pálida, además de un uniforme completamente arreglado y la mochila con los materiales de estudio pertinentes.
—¡Mei!—, pronunció la boca de la castaña con una alegría tal vez impropia de su porte, —pensé que ya estarías allá—, un tono algo más llevadero se escuchó antes de que, a quien consideraba como su amiga, llegase a un lado suyo y, juntas, comenzasen a caminar.

ESTÁS LEYENDO
Es hora de vivir la vida
Roman pour AdolescentsMuchas veces nos quejamos de lo que carecemos, y no nos damos cuenta que hay otros que viven mucho peor. Ahí está él, callado y sereno; y está ella, juiciosa y muy técnica, ¿qué puede deparar la vida en dos personas aparentemente tan diferentes y ta...