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Si me pidieran que describiera mi vida como un color, definitivamente seria el color negro. A mis diecisiete años nada tenía sentido; todo era como si las tinieblas se encontraran a mi alrededor y yo solo me encontrara iluminada por una tenue luz blanca.

A esta edad nada era cierto, ni la vida, ni el amor, absolutamente nada para ser exactos. Crisis existencial, creo que así le llaman. Nada llamaba mi atención y la única cosa que quería en mi vida, estaba rotundamente prohibida.
Monotonía, le llaman otros.
Aunque yo sólo la llamaba en su mayoría como negro, porque así era todo.

Negro.

Hacer lo mismo toda la semana de clases me estaba consumiendo. No solía seguir  una rutina para ninguna cosa. A veces había días en el que me la pasaba afuera de la escuela fumando, en un lugar que era poco conocido y al cual no accedían por allí ningún tipo de prefecto (debajo de unas gradas, no es tampoco un secreto de Estado). En ocasiones solía fumar sola o con los amigos de Bill.
Había otros días que asistía a una clase por día. La de matemáticas era mi favorita, pero también estaba la de literatura, así que a veces asistía a las dos. También íbamos a The hardcore a ver los ensayos de las bandas que se presentaban en aquel lugar cuando la noche aparecía. Se respiraba rock y humo de tabaco por todo el lugar. Me gustaba ese ambiente, pero a veces no era suficiente y me terminaba largado sola a otra parte. Era normal que nunca encontrara mi lugar.

Pero las cosas buenas, siempre tienen un final. Desde el castigo de mi padre por haber llegado a casa, casi a gatas a eso de las cuatro de la madrugada, no hacía​ más que ir a clases y regresar a ella, a pasar todo el día encerrada.
Sé que no hice bien...bueno nunca hago nada bien, pero no aguanto estar todo el día en casa, y menos sabiendo que mi mamá no hace nada más que ir al club con sus amigas, escondiéndose de la realidad: tiene una hija rebelde, un hijo que no le contesta las llamadas y un matrimonio fracasado.
Pero no creo que se esconda mucho; las tipas a las que mi madre frecuenta son unas brujas que cada vez que se toca el tema, resaltan los errores de cada una de ellas.
En cuanto a mi padre...¿que podemos decir de el? Bueno, él tiende a engañar a mi madre cada que puede. Aunque no sé con quien perfectamente, es algo que ignoro por completo.
Además sin agregarle que no esta en casa el resto del día, siempre haciéndose cargo de la rectoría de la Universidad.

Por esas razones estaba de mal humor la mayoría de sus veces, osea porque ellos dos no están  todo el día en casa, sin embargo no quieren que ande de vaga y me castigan para que deje de hacerlo.

— Jude— saluda Bill acercándose hacia mí.

—¿Qué quieres, Bill?— le pregunto sin humor, cerrando mi casillero para ponerle atención.

—Es viernes, hoy podríamos salir— sugiere, quitando su chaqueta de cuero, para luego abrir su casillero, separado del mío por sólo un lugar. Él era mi compañero en casi todo lo que hacíamos, pero desde el castigo impuesto por mi progenitor, eso había cambiado por completo. Me cansaba de decirle que estaba castigada y que no podía salir a ningún lugar que no fuera la escuela, pero por más que le decía, él no lograba entenderlo.

—Imposible.

—¿Por qué?— pregunta dándole un portazo al casillero y llamando la atención de varias personas. La verdad no importaba mucho llamar la atención, cuando básicamente no me importaba nada y menos lo impulsivo que puede llegar a ser Bill.

—Porque, mi padre me ha castigado de nuevo, porque, tengo un examen de filosofía que pasar y porque sino...

—¿Desde cuando eres tan nerd?— pregunta sobresaltado. A veces pienso que Bill tiene problemas mentales porque primero estábamos bien y ahora esta casi gritando. Idiota.

Green Eyes. «H.S»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora