Sábado, 19 de diciembre

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Sábado, 19 de diciembre, 9:30 a.m. desperté, y mi madre como siempre ya estaba alterada, gritaba y gritaba, mi padre ya se había ido a trabajar. Ya era tarde para salir a casa de mi Abu (Así era como solía decirle a mi abuela materna). Como por arte de magia, por primera vez en mi vida, me bañé, cambié, arreglé mi cabello, desayuné, todo en quince minutos, estaba sorprendido y orgulloso de mí mismo.
Cuando salí de mi casa, sentí una sensación extraña, como cuando tienes un mal presentimiento, sentía como si fuera la última vez que salía de esa casa, pero no dije nada, cerré la puerta con llave, bajé la escalaras del edificio, me sentía nervioso, pero trataba de ignorar ese sentimiento, mi madre y mi hermano ya me esperaban en el automóvil, corrí para que mi madre ya no se alterara más, abrí la puerta del auto, me subí en la parte delantera, como copiloto, y mi mamá arrancó el coche, casi sin esperar a que yo cerrara la puerta, yo seguía sintiendo nervios, hasta creo que era miedo. Decidí ponerme los audífonos y escuchar música para intentar tranquilizarme, empezó mi lista de reproducción con mi canción favorita Never been hurt de Demi Lovato, en pocos minutos logré tranquilizarme e incluso dejé de pensar en eso.
Llegamos a casa de mi Abu, ella estaba ya a fuera de su casa esperándonos, mi Abu era la mujer más agradable y amable del mundo, contrario a mi madre, tenía baja estatura, con el cabello teñido color miel, tez blanca y unos hermosos ojos color ámbar; junto a ella estaba mi tía Mariel, quien era alta, de complexión tosca y cabello extremadamente negro; y con ella estaba prima favorita, Emily, hija de mi tía Mariel. Emily más que mi prima, era mi amiga, ella conocía todo de mí y yo todo de ella, siempre estábamos juntos, éramos como uña y mugre, Emily, era de estatura media, era muy bonita, ojos enormes pero un poco rasgados como si tuviera ascendencia oriental, cabello negro y tez blanca.
Al llegar mi tía Mariel casi gritó.
-¡Jacqueline! ¿Ya viste la hora qué es? ¡Son las 11:00 a.m! Quedamos que a las 10:30 a.m. - dijo mi tía dirigiéndose a mi mamá.
-¡Lo sé! Pero tus sobrinos, que jamás están a tiempo.
Como mi tía nos adoraba a mi hermano y a mí, solo puso mirada seria pero no dijo nada.
En seguida todos subimos al automóvil de mi mamá y nos dirigimos hacia el Desierto de los leones. Emily que por supuesto se sentó a lado mío, como me conocía tan bien, sabía que algo me pasaba.
-Yago ¿estás bien? -preguntó Emily
-Claro Emi ¿Porqué lo preguntas? -respondí
-No, por nada, te noto raro -dijo Emily
Era obvio que me pasaba algo, pero ¿Cómo podía contestarle si ni yo mismo sabía lo que me ocurría? Así que solo le sonreí pero no le dije nada al respecto.
El camino hacia el Desierto (Hablando de esto, el Desierto de los leones, no es un desierto, ni muchos menos hay leones, es un parque nacional, donde se encuentra un río y muchas variedades de árboles, también ahí está el convento de las Carmelitas descalzas, en el que estuvo la gran Sor Juana Inés de la Cruz, y su nombre creo que se debe a que los fundadores del Parque, eran dos hermanos de apellido León) era como ir en carretera, rodeado de árboles, de barrancos, todo iba perfecto, amaba ese paisaje hasta que...
-¡Hubiéramos llegado más temprano pero el imbécil de Santiago, como siempre decidió levantarse tarde! -exclamó mi mamá.
-Imbécil tú -susurré, sin intención de que me escuchará, pero creo que me escuchó...
-¿Qué dijiste Santiago? -gritó mi mamá
-Yo nada, pero ya me harté que todo el tiempo me eches la culpa de errores que también son tuyos -dije en voz alta.
Mi mamá volteó dispuesta a seguir gritándome, pero ni siquiera recuerdo que haya dicho algo, cuando escuchamos el gritó de Emily.
-¡Cuidado tía!
Mi mamá no se fijó antes de voltear, que había una curva, por lo cual el automóvil salió del camino, directo hacia donde estaban los árboles, directo hacia el barranco, yo estaba sentado en la parte trasera, a lado de la ventana y la puerta del lado derecho, en ese momento solo lograba pensar en cómo poder salvar a mi hermano o a Emily, y pensaba en por qué había sentido tanto temor esa mañana al salir de mi casa. Por destino o por casualidad, la puerta del automóvil del lado derecho se abrió, como el coche ya estaba rodando en el barranco, yo salí "volando", provocando que cayera en la tierra y césped frío, para continuar rodando, sentí en ese momento que mi vida se iba, que mi vida se acababa, y lo único que hice, ya cuando estaba inmóvil, ya cuando no rodaba más, cuando sentía el olor a petricor, a tierra húmeda, cuando sentía como de mis heridas iba corriendo la sangre, fue cerrar los ojos.

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