Estaba cansada, perdida, desolada. Estaba claro que todo aquello era obra de él. Pensaba que me quería, pero eso no es amor. Ni amor, ni nada relacionado con las emociones humanas. El dolor de mi pecho había cesado pero no significaba nada bueno. Puede que mi corazón ya hubiera gastado todas las fuerzas que le quedaban. Quizás Andrés se hubiese arrepentido. Que hubiera pensado que maldecir a alguien estaba mal, y me recompensara con unos bombones. No, no fue así. Una figura encapuchada de negro me observaba. Sabía que, en algún lugar de aquel oscuro bosque, él me estaba observando. Por ese característico cuervo que me observaba apoyado en esa roca saliente. Los altos cipreses ocultaban la luz de la luna, pero no creo que hubiera luna. Cualquier objeto que diera esperanzas habría sido destruído por Andrés. Si yo quisiera matar a alguien no le prepararía un lecho florido ni luminoso (espero no querer nunca matar a nadie).
El cuervo graznó y alzó el vuelo junto a la brisa en dirección a una madriguera a 30 metros que se hundía junto con las extensas raíces medio podridas de un ciprés. En la entrada de la cueva una pluma se había desprendido del negro pájaro y suavemente se depositó en el pequeño asidero. Me acerqué visto que aquella pluma era el objeto más orgánico que había en el lugar, ya que los abundantes árboles estaban faltos de agua desde hacía semanas. En el lugar de la pluma una rosa negra formaba ondas en un pequeño charco de un metro de ancho. Esa flor me recordó al pasado. Un lugar en mi memoria oculto por los recuerdos.
En mi vida solo he presenciado dos funerales. Uno, el de mi canario, asesinado por mi gato Felix a los tres días de que mi tía me lo regalara por mi cumpleaños. El otro fue el funeral de mi padre, que murió trabajando. Mi padre era mi mejor amigo. El único que me apoyaba cuando me insultaban en el instituto o me hacía un hueco en su cama cuando tenía una pesadilla. Mi madre se dedicaba al juego. Entre semana era camarera en un bar de la esquina. Solo yo sabía que era ludópata. Cuando venía el viernes llegaba pasadas las cuatro de la mañana y me echaba de su cama. Apestaba a alcohol y a tabaco. Decía que lo había dejado pero siempre me la encontraba en el baño con el pestillo echado y un olor a humo infernal. Un día buscando en su bolso un chicle de melón encontré una deuda de cuatromil euros en el casino "El Dorado". Lo dejé en su sitio y me fui corriendo (se me olvidó cojer el chicle).
En el funeral de mi padre estaban todos los obreros de la finca nueva, junto con el jefe de construcción y, sobre todo, David, el chico que le debía la vida a mi padre. Un viernes mi padre fue a trabajar a las cinco y media a la obra de la nueva finca. Nos dejó a mí y a Felix en casa con macarrones recalentados del día anterior. A mis catorce años no había ningún problema en dejarme sola, solo estaba el planteamiento de que si Felix se subía al cerezo del jardín, ¿quién iba a bajarlo de allí? A las nueve nos llegó la noticia. El teléfono sonó junto al sofá y tuve que alargar mi brazo para ponérmelo en la oreja.
-¿Señora Luisa Ruíz Núñez?
Una voz muy grave me preguntó.
-No, soy su hija, ¿quién es?
-¿Está tu madre?
Insistió.
-No, está trabajando.
La noticia tenía que ser contada y ahí se le entrecortó la voz.
-Su padre, el señor Jerez... ha fallecido hace media hora aplastado por escombros.
El auricular se deslizó por mi mejilla hasta caer al suelo. La factura de reparación del teléfono llegó tres días después.
Mi padre siempre me dijo que no me rindiera jamás y que persiguiera mis sueños. Él y David se quedaron encerrados en una habitación recién derruída. Los escombros se entornaban formando una pequeña sala de 7 metros. David dijo que había visto algo brillar. Era el único hijo de una familia de pobres campesinos y cualquier utensilio brillante le parecía útil para algo. Mi padre se dio cuenta de que los escombros eran muy inestables y que si una persona respirara encima de ellos se derrumbarían como un castillo de cartas. Pudo salvarle pero no salió de esos escombros. La misma rosa negra que dejó David sobre su ataúd se encontraba frente a mí.
Al cojerla observé la cara de la muerte que se acercaba haciendo que la rosa y el agua se secaran hasta que se convirtieron el polvo. El mismo polvo del que se componía toda la tierra de aquel bosque.
Ahora es cuando me toca morir.
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Sin Corazón
FantasyElena, una estudiante de ingeniería, ha sido maldecida por la muerte. Ya que el corazón no es tan esencial ésta se lo arrebatará. ¿Podrá Elena seguir queriendo a su verdadero amor? Aquel chico que, desde el primer día le mira con deseo. ¿Podrá su cu...