1 de enero de 1999

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Inspira.

Empápate de aire.

Siente como el mundo,

ese lugar hostil en el que vives,

se transforma en el suburbio

de la ciudad que en tu mente existe.


Acaba de empezar.

Es como un juego

yo te espío

tú me ignoras.

Yo te ignoro,

tu me ignoras.


Expira.

Y siente como el aire

—que purifica tu mente—

purifica al mundo

y a toda su gente.


Eres tú.

Es un comienzo.

Es el final de algo viejo.

Es el principio de algo nuevo.

Que se junta y serpentea

cual origen distorsionado

de una realidad que impregna

las alas del ahorcado.

El mismo ahorcado que,

con sus deseos,

pudo escapar de su soga

que apretaba las alas de su memoria.


Y pretendía atar y matar

el cantar de un hombre

que se debilita al ver pasar

la vida de un noble.


—Vive, vive, vive y muere.

Y se repite como una cinta

que extraña a la razón

por la cual está lívida.


El frío la corroe,

la enfría, la molesta,

la llena de espinas.

Espinas que,

a medida que crecen,

se sienten más listas

para atacar y

vencer a la presión

que envueve su corazón.


Lo sabes. 

Sabes que el comienzo brinda algo

que acabará dentro de un lapso

tan corto que apenas dará

tiempo a disfrutar.


Te asusta saber que respirar

gasta demasiado tiempo

y que amar

gasta demasiado espacio.


Perder es perder

da igual si se pierde ganando

o si se gana perdiendo.

Si el tiempo deja al espacio

o si el espacio deja al tiempo

porque al final del verso

un comienzo es un comienzo.


1999.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora