Sueño

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Prácticamente todas las noches, cuando entro en cama, un sueño abrumador me hace despertar mojado en un sudor frío, pero antes me hace sufrir, me acosa psicológicamente hasta casi provocarme la demencia.
Siempre hago lo mismo después de cenar. Me quedo un rato viendo la televisión desde la cama hasta que la acumulación de tele-ventas de madrugada provocan en mí el sueño. Mis párpados van cayendo poco a poco. Yo lucho para no quedarme dormido, pero es inútil, tarde o temprano me vence.

Así que opto por permanecer tumbado en la cama hasta el momento en el que el sueño es tan intenso que según mis cálculos me dé para apagar la tele y quedarme dormido profundamente. Pero nunca es así. El movimiento de coger el mando para apagarla me resta sueño y me paso un buen rato escrutando mi habitación en la oscuridad y al final termino encendiendo de nuevo la televisión.

Otra opción sería dejarla encendida pero pienso que a media noche podría despertarme de nuevo. Volviendo al tema principal de mi historia. Cuando el sueño gana la batalla y mis pesados párpados se cierran empieza un bonito sueño.

Cada día el principio es distinto, pero siempre tiene algo en común: su bonito principio y su agobiante final. Suele empezar en un sitio de mi infancia como el barrio en el que me crié o el parque al que me llevaba mi abuelo de pequeño.

Cuando llevaba un rato allí, recordando mi infancia, de lejos aparecía algún amigo de cuando era pequeño.

Yo me acercaba a él, y él se acercaba a mí. Cada vez estábamos más cerca el uno del otro y cuando quedaban unos pocos metros para llegar, su cara empezaba a deformarse y su estatura mermaba hasta convertirse en un pequeño niño, pero no era un niño normal.

Le faltaban trozos de pelo en la cabeza y su cara mostraba rasgos de putrefacción y alguna que otra herida infectada. Uno de sus ojos era completamente gris y el otro me miraba fijamente mientras me señalaba con su dedo. Su ropa era andrajosa y nunca hablaba, sólo me señalaba y se acercaba a mí, culpándome de algo que no había hecho. Pues bien, lo normal sería que me callara y culpara de esto a mi cerebro, pero el otro día me pasó algo que no era normal.

Conducía mi coche deportivo de vuelta a mi casa cuando entré en una zona escolar. Frené cuando en un semáforo se encendió la luz roja. La luz verde volvió a activarse cuando puse de nuevo mi coche en movimiento, en ese justo momento, un niño salió de entre los coches aparcados y se paró por el miedo delante de mi vehículo.

Murió al instante, pero el tiempo pareció detenerse para mí cuando vi la cara del muchacho delante del coche mirándome. Era el niño de mis pesadillas.

Desde entonces ni siquiera el acolchado de mi habitación es capaz de detenerlo. Todas las noches me visita. Pero nadie me cree. Se limitan a mirar cómo sufro a través del cristal de mi puerta.

Leyendas Urbanas, Creepypastas & otros [Book: 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora