Segunda visita.

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A pesar de sus constantes negaciones, volvía a estar allí, enfrente del hombre rubio a quien esta vez no habían desatado y se veía más frustrado que la última vez, pero su alegría de volver a ver a Dipper allí seguía superponiéndose ante los otros sentimientos.

En resumen, un completo enfermo.

El chico había decidido seguir yendo al psiquiátrico para acabar de una vez por todas con aquello y que aquel hombre le dejase en paz de una buena vez pero, esta vez, tenía que centrarse en una conversación "normal" con Bill, algo casi imposible debido a la condición mental del rubio. Todos los intentos por cruzar palabra, habían acabado en cumplidos incómodos hacia Dipper, quien empezaba a desesperarse.

Miró el reloj digital de su muñeca. Marcaban las 17:49 P.M. Su hora de terapia con aquel obseso estaba a punto de finalizar al fin. Subió otra vez la vista y vio a Bill con una sonrisa extraña, más falsa que una muñeca de plástico. No sabía exactamente que tramaba, por lo que solo le dedicó una mirada fulminante y, antes de que pudiese decirle algo, la luz se fue. Dipper gritó y Bill rió, como pasó en la anterior y primera visita.

La luz roja de emergencia iluminó tenuemente la sala en la que ahora se podía ver al castaño agarrado a la silla fuertemente por el susto y, para alivio del otro, Bill seguía en su sitio, con aquella sonrisa adornando su rostro.

—¡Dipper! —la voz de la doctora sonó desde fuera. Esa mujer empezaba a agotar la poca paciencia de Bill—. ¿Estás bien?

—¡Sí, estoy bien! —le devolvió el grito—. ¿Que ha pasado?

—Los fusibles han estallado, por el momento no podemos sacarte de ahí, así que aguanta —y la mujer desapareció por el pasillo.

Y Dipper volvió a mirar mal al rubio porque, ¡oh, que casualidad que la luz se fuera y quedara atrapado allí debido a que el sistema era electrónico justo cuando él estaba dentro! Y aunque no tenía pruebas, sabía que Bill había tenido que ver en aquello.

Frustrado, enganchó la mochila y la abrió de un tirón, no pensaba pasar allí el rato sin hacer nada. Sacó su libro y apuntes de física y empezó a trabajar bajo la incómoda y constante mirada de su acosador personal. Por ello, cabe decir, que pronto se empezó a frustrar, empezó a morder su bolígrafo y se llevó una mano a la frente, apartando el pelo de su frente, dejando expuesta su marca de nacimiento ante Bill.

—La Osa Mayor, ¿no? —comentó el rubio.

—¿Qu-? —se interrumpió a si mismo al darse cuenta de que se había levantado el cabello de la frente. Volvió a tapar la marca casi enseguida—. Olvida eso.

—¿Por qué, pequeño Pino?

—Por que sí, es horrible.

—No es horrible, todo lo que venga de ti es hermoso —el hombre se relamió los labios y Dipper solo chasqueó la lengua, mostrando su desconformidad sin apartar la vista del libro.

Empezó a escribir rápida y desordenadamente en las hojas, olvidándose de todo lo demás por ello, cuando Bill se levantó y se posicionó detrás suya no lo notó. Sólo lo sacó de sus estudios la cálida respiración en su cuello, poniéndole la carne de gallina. Paró su trabajo, pero tampoco se atrevió a girarse. Tenía miedo, claro que lo tenía estando encerrado en una habitación de seguridad con un hombre que se lo quería tirar. Sintió pasar la áspera lengua de Bill por su cuello y ahogó un grito cuando le mordió la oreja.

—Sabes delicioso, Pineydijo ronco, escondiendo su cara en el cuello del chico, oliéndole. Aquello se estaba empezando a poner bastante incómodo, pero para sorpresa de Dipper, Bill se controló y, con esfuerzo, volvió a su asiento— ¿Qué tal los estudios?

El castaño se quedó parado al oír aquella pregunta. Primero por poco lo viola y luego, como si nada, le pregunta su vida personal. Nunca le habían preguntado aquello. Mabel odiaba las cosas de cerebritos y sus padres confiaban demasiado en él y sus buenas notas como para preocuparse por ello.

Algo invadió a Dipper. Se sentía bien que por fin alguien se preocupase por él.

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