Capítulo I - Hasta la última gota.

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Llegó a casa después de un día muy pesado en las calles, los pies le dolían, su ropa apestaba muy mal por el sudor de todo el día y tenía una jaqueca espantosa. Su casa estaba situada en una calle pequeña, en una ciudad de la República Mexicana de la cual el nombre no importa por ahora.

Para su fortuna y la de su familia, la calle era solitaria y tranquila por las mañanas y tardes, justo antes de que se metiera el sol. Realmente nada de lo que transitaba por ahí durante esas horas, lograba preocuparlos demasiado. Desde hace tiempo, sólo lograban ver una o dos de esas horribles criaturas que permanecían paradas en medio de la calle unos minutos y después se alejaban, criaturas que no representaban mayor amenaza. Sin embargo, no todo era bueno, durante la noche la calle se convertía en un verdadero infierno, podían escucharse ruidos extraños por todos lados y la calle se veía aterradoramente más transitada por los "no vivos"; se podían ver por todos lados, simplemente caminando de un lado al otro o aglomerados en esquinas, torpes y lentos con la ropa desgarrada y sucia, llena de sangre, algunos sin brazos, otros con el rostro destrozado, incluso lograron ver una vez a uno de ellos sin piernas, arrastrándose en medio de la calle mientras dejaba un rastro de sangre por el suelo. Por alguna razón, parecía que disfrutaban la noche, mirando hacía todas partes, como esperando una señal, un grito o cualquier ruido desafortunado para quien lo provocara.

El chico aun estaba parado afuera de su casa; una casa grande, muy poco cuidada y despintada por el tiempo. Miró hacía ambos lados de la calle y luego de cerciorarse de que nadie lo estuviera observando, silbó suavemente una canción antigua que servía de clave, del otro lado, dentro de la vivienda, ya lo esperaba alguien que había quitado una cadena muy gruesa y un candado muy grande que cerraban y aseguraban un enorme portón de madera. El sol se había ocultado justo a tiempo pues un par de muertos se dirigían lentamente hacia a el valeroso hombrecillo, golpeándose con los autos y rugiendo. El chico se apresuró, lanzó su mochila y un bate de béisbol por la estrecha abertura en la puerta que por seguridad no abrían del todo, se escurrió por la misma y en cuanto estaba del otro lado, colocó de nuevo la cadena y el candado, era lo único que los separaba de lo que había allá afuera.

El chico, había pasado un día entero recorriendo calles y avenidas en busca de comida o medicinas suficientes para garantizarle unos días más de vida a él y su pequeño grupo. Desafortunadamente, desde el día del incidente, 93 días atrás, tiendas, sucursales, licorerías, farmacias, centros comerciales o cualquier tipo de lugar donde hubieses podido encontrar alguna clase de suministros, todo había sido saqueado, la gente se golpeaba y se amenazaba con armas de todo tipo por cosas como una botella de agua y rollos de papel higiénico, cosas que antes del incidente parecían insignificantes ahora representaban lo más importante. Además, los gobiernos de todo el mundo habían caído en su intento de contener la infección, no había más ejércitos, ni policías, no más hospitales ni medios de comunicación de ningún tipo, ni teléfonos, ni televisión, radio, periódicos, internet... todo estaba muerto, no se podía confiar en nadie, a la gente no le importaba más matar, robar o cometer actos repulsivos pues ahora la ley que se ejercía en el mundo era la del más fuerte.

El chico estaba acostumbrado a lidiar con los peligros de la ciudad, la cual visitaba aproximadamente dos veces a la semana, dependiendo de las provisiones que lograra conseguir, pero esta vez no había tenido suerte. El problema era que en todos sus peligrosos viajes, hacía los mismos recorridos por las calles de su colonia y de colonias vecinas, pero ya no había nada, al parecer mucha gente hacía lo mismo que él desde el inicio de todo. Debía explorar lugares más alejados de casa, no podía seguir yendo a los mismos lugares, él lo sabía, pues en esta ocasión su mochila estaba vacía y él decepcionado y cansado.

—Miguel, que alivio, ya estaba empezando a preocuparme.

—No te preocupes abuela, estoy bien —el chico se acercó y abrazó a su abuela, una mujer de edad avanzada y con problema auditivo que sin duda representaban una dificultad extra en el mundo en el que vivían ahora—. ¿En dónde está Lucía? Tengo algo para ella.

Zombielipsis(Suspendida)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora