Capítulo II - Vagabundo.

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Mucho antes de salir de casa, el chico ya tenía un plan a seguir para su viaje. Recordaba un pequeño local a donde solía acompañar a su madre por despensa, antes de que iniciara todo, en él se abastecían diariamente grandes cantidades de comida enlatada y otros alimentos. Creyó que sería un buen lugar al cual ir pues no era un sitio muy popular y tal vez aún quedaba algo que rescatar, por más mínima que fuese la cantidad de provisiones que consiguiera; algo era mejor que nada. Sin embargo, había un problema, el sitio se encontraba a unos cuantos kilómetros de casa y, moverse entre las calles se volvía una tarea cada vez más difícil. Necesitaba un medio de transporte efectivo pero silencioso, de fácil acceso pero lo suficientemente rápido. Se paseó por algunas calles en silencio en busca de algo que pudiese serle útil, pero sólo se encontraba con bestias hambrientas. Después de un rato de andar caminando, se encontró con una calle estrecha y sin salida; un callejón. Se adentró en él y encontró lo que estaba buscando; una bicicleta, un poco oxidada pero igual servía, con ella llegaría a su destino mucho más rápido, era frágil, silenciosa y rápida. Colocó su bate en la canastilla de la bicicleta, subió en ella y comenzó a pedalear suavemente para comprobar que no produjera algún sonido desafortunado, todo estaba bien con su nuevo medio de transporte y comenzó a pedalear con más fuerza en dirección a la avenida principal de su colonia, avenida que lo llevaría directamente a su destino que, si tenía suerte, le traería varios días de tranquilidad a su él y a su familia.

El sol se alzaba en lo más alto del cielo despejado, el chico intuía que era medio día y cada vez se alejaba más de casa, jamás se había atrevido a viajar tan lejos desde el inicio de todo pues, además de ser muy peligroso, era agotador. Mientras más avanzaba lento pero seguro, lograba observar que el número de muertos que le seguían el rastro era mayor, cada vez se aglomeraban más a sus espaladas tratando de alcanzarlo, había perdido la cuenta de cuantos le seguían pero calculaba que eran más de treinta. La avenida estaba repleta de autos abandonados lo que le impedía avanzar con mayor velocidad, sin embargo no le preocupaba pues eran un poco lentos y estúpidos, al menos que por accidente cayera de la bicicleta; todo estaba bien. El sol era intenso, su botella de agua estaba ya a la mitad y el número de muertos era mucho mayor después de diez minutos, la cantidad de bestias que le seguían era tal, que el ruido que producían atraía a muchos otros. El chico estaba ideando un plan para deshacerse de tantos, no era la primera vez que lograba tal hazaña pues, de tantas veces que salía a las calles repletas de muertos "con vida", había aprendido varios trucos eficaces, pero en esta ocasión no se le ocurría absolutamente nada. Comenzó a entrar en pánico, estaba a punto de llegar a su destino y tenía que deshacerse de sus "amiguitos" antes de que le representara un problema mayor. Comenzó a observar su alrededor en busca de algún tipo de escape para poder zafarse de su problema que, por estúpido, él mismo había provocado. De pronto, su cuerpo se congelo un segundo, su piel se erizó y penetró su mirada en uno de los muertos, no era un muerto cualquiera; sabía quién era ese pobre hombre. Vagabundeaba por las calles de la ciudad antes del incidente, todos en la ciudad lo conocían cómo "Mr. Lalo", nadie sabía si ese era su nombre real pero era un buen hombre con una muy mala suerte al que la vida siempre lo trató cómo un trapo viejo, solía estar acompañado de varios perros que él mismo alimentaba cuando conseguía algo de dinero o comida y aunque su aspecto era aterrador y sucio, tenía un alma noble. El chico no podía creer que estuviese viendo lo que ese mundo pesadillesco le había hecho a "Mr. Lalo". Su impresión fue tal, que quitó la mirada del camino por algunos segundo, su bicicleta se enredó en un trozó oxidado de alambre de púas, perdió el control de su vehículo y cayó de la bicicleta, se levantó, la tomó del suelo y trató de pedalear pero la cadena estaba suelta, los muertos se acercaban a él y no había tiempo de arreglarla, tomó su bate y comenzó a moverse entre los autos, el sonido de su accidente había llamado la atención de varios otros que comenzaban a rodearlo, el chico golpeó a uno de ellos. Estaba atrapado. Subió al techo de una camioneta abandonada y los muertos comenzaron a rodearlo, calculó rápidamente que se traba de por lo menos dos decenas de esas horribles criaturas, entre ellos; "Mr Lalo". Miguel comenzó a golpear a los "no vivos" con su bate pero era inútil; eran demasiados.

Zombielipsis(Suspendida)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora